Inicios literarios geniales y criminales, porque saben secuestrar al lector

El genial Gabriel García Márquez disparó la bala que mató al protagonista de Crónica de una muerte anunciada (1981) desde el mismísimo párrafo inicial: “El día en que lo iban a matar, Santiago Nasar se levantó a las 5:30 de la mañana para esperar el buque en que llegaba el obispo”.Para elaborar esa entrada, Gabo tuvo el mismo propósito que tiene cualquier buen contador de historias: enganchar a su lector de inmediato y no dejarlo escapar hasta que devore la última línea del relato.Para atrapar al lector las cadenas deben estar forjadas con originalidad, creatividad e incluso sorpresa para escoger las palabras precisas que lancen la promesa de que todo lo que se viene será igual de bueno… o mejor.El ejemplo más popular lo puso el español Miguel de Cervantes con El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha (1605), al componer una sinfonía literaria que bien puede recitar de memoria media humanidad: “En un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme, no ha mucho tiempo que vivía un hidalgo de los de lanza en astillero, adarga antigua, rocín flaco y galgo corredor”.El escritor europeo escogió ubicar su historia geográficamente de forma juguetona, tal como lo hizo también el periodista y escritor estadounidense Truman Capote en A sangre fría (1965): “El pueblo de Holcomb está en las elevadas llanuras trigueras del oeste de Kansas, una zona solitaria que otros habitantes de Kansas llaman «allá»”.O también pueden describirnos hermosamente el momento histórico de los hechos. Charles Dickens, en Historia de dos ciudades (1859), lo hizo así para marcar su riquísima prosa con el sabor de las contradicciones: “Era el mejor de los tiempos, era el peor de los tiempos, la edad de la sabiduría, y también de la locura; la época de las creencias y de la incredulidad; la era de la luz y de las tinieblas; la primavera de la esperanza y el invierno de la desesperación. Todo lo poseíamos, pero no teníamos nada; caminábamos en derechura al cielo y nos extraviábamos por el camino opuesto”.Sin embargo, los textos que apuntan estrictamente hacia un personaje esencial bien pueden brillar por la genialidad de presentarlo en las primeras líneas, tal como lo hizo el alemán Patrick Süskind en El perfume (1985): “En el siglo XVIII vivió en Francia uno de los hombres más geniales y abominables de una época en la que no escasearon hombres abominables y geniales”.También macabra es la primera imagen que regala el checo Frank Kafka de su personaje principal en La metamorfosis (1915): “Cuando Gregorio Samsa se despertó una mañana después de un sueño intranquilo, se encontró sobre su cama convertido en un monstruoso insecto.”¿Y si el personaje principal es el propio narrador? “Ahora estoy muerto, soy un cadáver en el fondo de un pozo. Encuentra al hombre que me asesinó y te contaré detalladamente lo que hay en la otra vida”. Me llamo Rojo (1998), novela escrita por el nobel turco Orhan Pamuk.Otro ejemplo, menos criminal, pero igual de intrigante, se despliega en la apertura de Middlesex (2002), obra ganadora del premio Pulitzer y escrita por Jeffrey Eugenides: “Nací dos veces: fui niña primero, en un increíble día sin niebla tóxica en Detroit, en enero de 1960; y chico después, en una sala de urgencias cerca de Petoskey, Michigan, en agosto de 1974”.Los buenos inicios pueden vestirse de distintas apariencias, aunque quizá sea posible notar una ligera tendencia a lo perturbador, como queriendo darle la razón al ruso León Tolstói en el despegue de Anna Karenina (1877) sobre la diversidad que habita en el mundo de las desgracias: “Las familias felices son todas iguales; las infelices lo son cada una a su manera”.Pero también puede haber ternura en las primeras líneas de textos inmortales, como en Platero y yo (1914), del español Juan Ramón Jiménez: “Platero es pequeño, peludo, suave; tan blando por fuera, que se diría todo de algodón, que no lleva huesos. Solo los espejos de azabache de sus ojos son duros cual dos escarabajos de cristal negro”.De cualquier manera, estos inicios buscan conquistar lectores, seducirlos, encadenarlos, incluso cuando nos desafíen a abandonarlos. La empleó con éxito el estadounidense Chuck Palahniuk en Asfixia (2001): “Si vas a leer esto, no te preocupes. Al cabo de un par de páginas ya no querrás estar aquí. Así que olvídalo. Aléjate. Lárgate mientras sigas entero. Sálvate. Seguro que hay algo mejor en la televisión”.¿Psicología inversa? Puede ser. Pero un buen lector continuará hasta el final. No hay nada mejor que descubrir desde el primero bocado que tenemos en las manos un excelente libro. (I)

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