Deberíamos estar acostumbrados a sentir el manotón humillante en los cachetes cada vez que nos toca debutar en Copa América. Antes porque éramos principiantes; luego porque íbamos sin preparación, sin experiencia, sin cuidados médicos, viajando por tierra, por barco y algunas veces por avión, como en 1949, cuando volamos 24 horas rumbo a Brasil y jugábamos sin tiempo a reponernos físicamente.