SOS es la señal de socorro más utilizada a nivel internacional. Se trata de una secuencia de destellos en código morse. La Compañía Marconi creó la señal SOS en 1904 para simplificar los mensajes de auxilio en las transmisiones telegráficas. Se eligió esta secuencia porque es fácil de recordar y se puede identificar de forma inconfundible. Aunque se ha especulado sobre su significado, en realidad SOS no significa nada. Sin embargo, a lo largo de los años se le han atribuido diferentes interpretaciones, como “Save our souls” (salven nuestras almas), “Save our ship” (salven nuestro barco) o “Send out succour” (envíen socorro). Es lo que encontramos para explicar nuestro título.
Emelec atraviesa por la situación más comprometida de su historia. No es un problema solo técnico. Tiene que ver con la vida misma del club en lo económico y administrativo, en contraste con los años de estabilidad financiera y grandes victorias que le dio Nassib Neme y su grupo. Emelec está atosigado por deudas que no ha podido honrar por razones que deben ser explicadas a los socios y al público. Debe sueldos del cuerpo técnico y jugadores; tiene créditos vencidos por reclamo de jugadores en FIFA, que lo ha sancionado con suspensión de fichajes.
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Su débil plantel no garantiza la permanencia en la categoría, ni siquiera por actitud y compromiso de los futbolistas con la divisa. Su debacle es también moral.
Cuando algún síntoma de crisis se avizoraba en el horizonte por el rendimiento del plantel o por motivos económicos, siempre salieron al frente dirigentes de probado amor al club. Imposible olvidar los nombres de Enrique Ponce Luque, Antonio Briz, Munir Dassum, Otón Chávez Pazmiño, Alejandro Ponce Noboa, Ricardo Estrada, Miguel Felman, Elías Wated, Omar Quintana Baquerizo y Nassib Neme Antón. No es una lista excluyente; pueden agregarse otros nombres. Con ellos, Emelec reflotó airoso, solvente y campeón.
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Hoy no puede decirse lo mismo, lamentablemente. Muchos de los nombrados ya no están con nosotros. Mi amigo y colega Otón Chávez vive hoy el reposo del guerrero, aunque debe estar sufriendo con la penosa realidad del club cuya enseña defendió como jugador de la primera categoría y como brillante directivo. Nassib Neme ha hecho público que no volverá a ocupar funciones de dirigente, pues se lo impide la dirección de sus empresas internacionales y su residencia en el extranjero.
¿Quién con devoción por la enseña eléctrica, solvencia económica y ejecutorias rectorales en gestión empresarial puede acudir en auxilio de una institución que es parte de la tradición e historia deportiva guayaquileña?
Lo del antes airoso Emelec, orgulloso de su trayectoria, tiene visos de tragedia. No concuerdo con las imputaciones insultantes y agresivas a José Pileggi Vélez. Lo conozco de muchos años atrás como un profesional destacado y eficiente ejecutor de sus empresas. Creo que no calculó bien la dimensión del compromiso que asumía con escasa experiencia en el mundo del fútbol profesional. Hizo caso omiso de las advertencias de sus compañeros de directiva que ya habían navegado en las turbulentas aguas futboleras y provocó que los que podían enseñarle el camino se fueran y quedaran los menos experimentados y también los más obsecuentes.
Con esa tripulación, el naufragio era de esperar. Su peor error fue no haber advertido las señales de alarma y haber permanecido en el timón más tiempo del prudente, cuando el agua había penetrado por los hoyos del casco y había inutilizado la sala de máquinas. Al final se fue, pero su renuncia no fue el remedio esperado.
Uno de los defectos del renunciante fue haber optado por el silencio cuando iban amontonándose los problemas. Su sucesor parece haber heredado lo que se ha dado en llamar “la política de avestruz”, que es una expresión metafórica que se refiere a la tendencia a ignorar cuestiones obvias y pretender que no existen; deriva de la supuesta costumbre de los avestruces de esconder la cabeza en la arena en lugar de afrontar el peligro.
Lo único que se sabe del presidente encargado de Emelec es que se llama César Avilés Vargas-Machuca; todo lo demás es misterio. Extraoficialmente se supo que José Pileggi renunció el 29 de octubre, pero el club se sumergió en un profundo sigilo hasta el 5 de noviembre, en que recién se emitió un comunicado. Hasta el viernes 8 de noviembre, a las doce del meridiano en que escribo esta columna, no se conoce la voz, peor lo que hará el presidente encargado para enfrentar la crisis. Los socios ignoran el futuro. La película es más o menos así: el médico entra en la Unidad de Cuidados Intensivos para examinar al paciente que está en coma 4, entubado y masacrado con seis mangueras en cuerpo y extremidades. Se ha demorado cuatro horas dentro de la UCI y, cuando sale, se niega a hablar con los parientes que quieren saber si su familiar va a sobrevivir. El médico insensible es Avilés Vargas-Machuca y los parientes anhelantes de noticias sobre si “don Emelec” sobrevivirá son los socios e hinchas eléctricos.
En episodios trágicos como los que vive Emelec aparecen siempre los que tienen las soluciones, como esos charlatanes de parque con pomadas mágicas y maletín con culebra adentro. Se trata de lo que los especialistas llaman “el síndrome del salvador”. Saltan apenas sienten un aroma de tragedia. Piensan que nadie los va a rechazar porque, estando ahí para todo, se convierten en imprescindibles y la persona salvada no va a saber desenvolverse si no es con la compañía de la salvadora.
Lo que Emelec requiere urgentemente es un líder con determinación, carácter y cartera nutrida para hacer frente a las demandas que apremian. Nada de proyectos utópicos ni fantasías engañosas. Ese líder debe venir de una convocatoria a elecciones de emergencia. Y se necesita que los socios elijan con inteligencia.
Yo me proponía recordar este mes de noviembre la aparición del primer Ballet Azul hace 70 años en los tiempos del viejo estadio Capwell (un alucinado dice que ese escenario fue construido en un parque y tenía un árbol en el medio. No es paciente psiquiátrico, es ‘periodista’, soldado de la generación idiota, de la que habla Agustín Laje en un libro con ese título). Yo vi nacer a ese equipo que dirigía el chileno Renato Panay y duró hasta 1957, en que fue bicampeón provincial y primer campeón nacional, dirigido en el último año por Eduardo Spandre. Y quería completar la columna que queda para otro domingo con aquel equipazo formado por Fernando Marqués Paternoster, que fue campeón hace 60 años en una final inolvidable jugada en tres Clásicos del Astillero apasionantes.
El fútbol tenía en aquel tiempo sabor a filet mignon y no le restan nada las diatribas contra el pasado esgrimidas por ‘periodistas’ enemigos de la historia y de todo rastro de intelectualidad (“alumnos de cuarto grado bien sudado”, decía Carlos Falquez Batallas).
Lo decimos porque no estamos en el negocio de la promoción de supuestos cracks ni somos operadores de empresarios y dirigentes que necesitan de la propaganda para seguir cobrando las “variables”. El toque de queda significa que nadie podrá circular, salvo los cuerpos de seguridad y saluda. (O)