“No alardeó nunca de grandeza. No enseñó nunca la camiseta en ademán histérico. No lloró ni se tiró al suelo nunca, mientras no fueran los rivales los que lo revolcaron en ademán agresivo. Los árbitros lo recuerdan por su sencillez, por su nunca desmentida hombría. No les dio problemas con quejas y lamentos.
Los adversarios fueron a sus piernas; él iba a la pelota. Humanidad de cholo nuestro; conjunción de humildad autóctona y agilidad mental (…) Fue leal con el rival y con el amigo. No fue problema para dirigentes ni rivales. Era un superdotado nacido para hacer goles. Cuando las marcaciones estaban ya en boga, él se rio de ellas; las destruyó con su colocación inigualable en las 18 yardas. Allí era un felino. Llegaba siempre antes que el rival o los rivales. En los Campeonatos nacionales lo cuidaban dos o tres hombres. Y a todos ellos escapaba. No ha tenido parangón en nuestro fútbol”
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¿A qué jugador de fútbol dedicó en EL UNIVERSO tan emotivas palabras el ya fallecido periodista Ricardo Chacón García el día en que el admirado crack anunció su retiro de las canchas? Nada más y nada menos que a Sigifredo Agapito Chuchuca Suárez, el arquitecto supremo de la idolatría de Barcelona, fenómeno social de dimensiones colosales nacido en 1947, engrandecido con los años y extendido a todo el país y fuera de nuestras fronteras.
El próximo 16 de este mes se conmemora el centenario del nacimiento del “cholo más querido de nuestro fútbol” como lo llamó un día el recordado galeno Jaime Barredo Hidalgo en una charla sostenida con este columnista hace más de medio siglo. Y su natalicio casi coincide con el centenario del club que él llevó a los más altos sitios del amor popular. Nació en Buenavista, cantón Pasaje de la provincia de El Oro. Voltaire Medina Orellana, periodista y miembro de la Academia Nacional de Historia, prepara un homenaje a Chuchuca. Habrá un libro, conferencias y exposiciones para recordar al orense que dejó la huella más profunda en la historia de nuestro fútbol. Ojalá Barcelona lo haga también en retribución de todo lo que el Cholo glorioso hizo por el club.
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Barcelona apareció en el fútbol en 1925 y en 1926 ya estaba en la primera categoría. Sus jugadores eran jóvenes del barrio del Astillero comandados por el primer ídolo de su historia: Manuel Gallo Ronco Murillo Moya, respaldado por Rigoberto Pan de Dulce Aguirre y Carlos Sangster, buenos con los botines y con los puños en los ardorosos cotejos de los años 20. No era Barcelona un equipo poderoso como para rivalizar con los legendarios Racing, Packard, Oriente o Córdoba, pero nadie le negó jamás esa virtud que fue haciéndose símbolo y leyenda hasta hace pocos años: el coraje, la valentía, el nunca darse por vencidos.
Anduvo en los años 30 en las series inferiores no por haber descendido, sino por sanciones derivadas de errores directivos. Volvió en 1942 a la primera división y siguió mostrando tesón y espíritu luchador. Era aún el equipo de barriada frente a rivales de grandes recursos económicos que fichaban a jugadores de otros clubes o de otras provincias. Barcelona solo llevó a sus filas un jugador de fuera del Astillero: Gerónimo Murillo, un puntero derecho al que apodaban Guardafango porque trabajaba en un taller de enderezado.
Todo cambió en 1946. Federico Muñoz Medina, el histórico centromedio, dejó el fútbol y lo eligieron presidente. Nombró a su hermano Jorge como entrenador y ambos idearon una maniobra de la que nació la grandeza. Aprovecharon una disputa entre los juveniles del Panamá y con el poder de convencimiento de quien había sido compañero, el vinceño Fausto Montalván, se llevó a una challada de grandes promesas: Enrique Romo, Jaime Carbo, Galo Solís, Julio Rodríguez, Manuel Nivela, Jorge Cantos, Manuel Valle, Nelson Lara, José Pelusa Vargas, Luis Ordoñez, entre otros.
A ellos se unieron Sigifredo Chuchuca, quien fue fichado gracias a las gestiones de su colega de cuartel, Washington Mendieta: José Jiménez, quien venía en el equipo desde 1942, Juan Benítez, joven marcador de punta, y Guido Andrade, quien llegó de Milagro como alero zurdo.
El Barcelona que apareció en 1947 era un equipo de sólidos recursos; fuerte en defensa, elegante en el medio campo gracias al talento de Jorge Cantos y una artillería de ensueño que no tardó en ser llamada El Quinteto de Oro: Jiménez, Enrique Cantos, Chuchuca, Vargas y Andrade. Así escribió Ricardo Chacón sobre esa delantera inigualable:
“Eran cinco voluntades, cinco ingredientes distintos que mezclados daban el producto mágico de las victorias del Barcelona de ese entonces. La simpleza de Jiménez, la habilidad de Cantos, la ciencia de Vargas, la genialidad de Andrade y el motivo final, el oportunismo y colocación, la fuerza y el pique de Sigifredo Chuchuca. Con ellos Barcelona construyó su imperio de multitudes. Su idolatría llegó cuando esos hombres se burlaron de los Rossi, los Di Stefano y los Pedernera. Cuando Julio Cozzi tuvo que ir a recoger varias veces la pelota de las redes infladas por esos cinco centauros del fútbol que cabalgaban en sus piernas maravillosas”.
Nació entonces el mito agigantado por el tiempo: Barcelona no se consideraba vencido hasta el segundo del pitazo final. Nadie podía proclamarse vencedor mientras rodaran las manecillas del reloj. El marcador podía varias sus cifras mientras el último hálito vibrara en el corazón de Sigifredo Chuchuca. Deportivo Cali, Libertad de Costa Rica, Millonarios de Bogotá, Boca Juniors de Cali, Palestino de Chile y muchos equipos más vieron como su fiesta se convertía en velorio cuando un centro de Jiménez o Andrade, la bicicleta de Pajarito Cantos, o un balón filtrado a pura inteligencia por Pelusa Vargas, abrían un boquete para la entrada de Chuchuca que provocaba el grito de gol.
Los goles de palomita, de chilena, de jugada a pura viveza del Cholo Chuchuca provocaron en el corazón del pueblo el nacimiento de la idolatría como lo proclamaron los diarios en 1947. Quien condujo el proceso idolátrico fue Jorge Muñoz Medina y esta fue su opinión sobre Sigifredo: “No se puede aprender a hacer goles.
Esa virtud se tiene o no se tiene, se la trae en la sangre. Lo mismo la capacidad para ubicarse en el lugar donde puede producirse un rebote que termine en gol. Chuchuca nació para ser lo que fue. Dicen que no sabía con la pelota y no fue cierto. Además ¿para qué necesitaba tanta sabiduría si tenía a su lado dos genios como Pajarito y Pelusa y dos aleros como Guido y el Negro Jiménez? El Cholo inventaba en el área y sorprendía siempre.
No era muy alto pero les ganaba a los grandes en el salto y sabía cabecear. Pero su mayor virtud era su coraje, su gran temperamento y una personalidad muy fuerte en el área. No se achicaba nunca, pasara lo que pasara. Iba a buscar los balones con una determinación terrible. Fuera de la cancha era un muchacho tímido, buen esposo, buen padre”. (O)