“El Tenor de Aragua, Darío Castillo, estremecerá con su voz los cimientos de la maestranza cuando antes del ‘partir plaza’ sea el encargado de cantar las gloriosas notas del himno nacional”, decía el anuncio de una corrida en la plaza de toros de Maracay, Venezuela. Y salía a la arena un sujeto corpachón, voluminoso, que con voz de ultratumba entonaba Gloria al Bravo Pueblo. Nadie, de los miles de presentes, sabía que ese hombre de voz portentosa que abría la fiesta taurina varias décadas atrás había protagonizado un desdichado suceso en la Copa Libertadores. Ese cantor de enorme humanidad había sido arquero profesional. Lo fue fugazmente, pero entró en los libros.