No son solo tres, son más, y están enquistados en la radio y la televisión. Padecen de tres fobias. Reniegan de la cultura porque la intelectualidad es inservible; desprecian la historia porque lo que ellos no vieron ni vivieron carece de mérito, y son enemigos de todo aquel que les recomienda la lectura. ¿Libros, para qué?, si toda la sabiduría universal está en Google y la inteligencia artificial. A esta tribu el escritor argentino Agustín Laje la ha denominado Generación idiota. (Una crítica al adolescentrismo, que es su título completo) en un estupendo libro.
Los griegos usaban la palabra “idiota” para aquellos que despreciaban lo público y concedían importancia solo a lo privado. El consumismo, el relativismo, el presentismo, el cortoplacismo, el egocentrismo y la apatía cultural son algunas de las actitudes evidentes en los idiotas contemporáneos. El peligro está en que, sin importar la edad, dejamos a un amplio sector de la población a merced de quienes siendo apenas referentes de la farándula y de los likes en las redes sociales, les manipulen las emociones, la conducta y el intelecto.
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Míticos héroes de La Plata rechazan críticas al triunfo de Barcelona
La Real Academia de la Lengua, en cinco de sus acepciones, define al idiota como “tonto, estúpido, cretino, imbécil, bobo, memo, necio, mentecato, merluzo, dundo, menso, engreído, presuntuoso, petulante, que carece de toda instrucción”. Tiene usted, amigo lector, la libertad de tomar una de ellas o todas juntas para calificar a los ‘periodistas’ que hace unas horas se empeñaron en negar mérito a La Hazaña de La Plata, memorable victoria de nuestro Barcelona sobre Estudiantes de La Plata en 1971. Sus argumentos pusieron en evidencia una supina ignorancia del modo como se jugaba la Copa Libertadores en aquellos años y la significación del triunfo. Todo esto se puede aprender leyendo la historia, pero, ya se sabe, los de la generación referida no leen y aborrecen la historia.
Alberto Sánchez Varas: No se puede minimizar lo que Barcelona hizo en 1971
Quien primero calificó la victoria como una hazaña fue el diario El Día, de la ciudad de La Plata, en su nota del 30 de abril de 1971, al decir: “Una euforia desbordante presentó el vestuario de Barcelona a la finalización del partido. Y no era para menos; habían logrado conquistar una verdadera hazaña deportiva, al no solamente superar a Estudiantes, sino quitarle su condición de invictos en su propio campo de juego”.
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Extrañamente, el único lugar donde un sector del periodismo desprecia la victoria de La Plata es Guayaquil. No son, por supuesto, Mauro Velásquez, Ricardo Chacón, Manuel Palacios o Guillermo Valencia, próceres de nuestra profesión, sino un grupillo sin ilustración que está convencido de que el mundo gira alrededor suyo. “Lo de La Plata no vale porque en esa Copa Barcelona jugó pocos partidos”, alegan. Si tuvieran comprensión lectora habrían reparado en que Barcelona jugó once partidos cuando se convirtió en el primer equipo ecuatoriano en llegar a semifinales.
Ignoran todos ellos que el rival, Estudiantes de La Plata, era el triple campeón vigente de la Libertadores y que tres años antes había ganado la Copa Intercontinental, equivalente hoy al Mundial de Clubes. Que nunca un adversario había podido vencerlos en su estadio desde su debut en el torneo de Conmebol. Habían caído antes Independiente de Avellaneda, Deportivo Cali, Millonarios, Universitario de Deportes, Racing y Palmeiras. Y que la prensa argentina había menospreciado a Barcelona. Presumían que iba a caer derrotado por goleada, según los pronósticos, y terminó venciendo, por lo que los propios gauchos llamaron hazaña a esa victoria, para desconsuelo hoy de ‘periodistillos’ acomplejados que sueñan con volver a nacer, pero a orillas del Río de La Plata y no del Guayas.
Barcelona era un equipo modesto, dicen, falsificando una historia que no conocen por su aversión a las bibliotecas y sus dificultades con la lectura. El plantel que armaron Galo Roggiero y Aquiles Alvarez es uno de los mejores de la historia centenaria oro y grana. Tenía dos grandes arqueros: Luis Alayón y Jorge Phoyú. Su línea defensiva está en las páginas de oro del club: Alfonso Quijano, Vicente Lecaro, Édison Saldivia y Luciano Macías. Con ellos Juan Noriega, Héctor Menéndez y Gerardo Reinoso. Los volantes eran José Paes, uno de los jugadores más completos de todos los tiempos; Miguel Coronel (18 años), Gerson Texeira (21 años), Walter Cárdenas (reemplazó a Quijano por lesión y anuló al mundialmente famoso Juan Ramón Bruja Verón) y Jorge Bolaños, un crack inolvidable. Y adelante estaban Washington Muñoz, el goleador histórico de Barcelona, Juan Madruñero (17 años), Alberto Spencer, famoso universalmente y aún máximo anotador de la Copa (54 goles), Pedro Jet Álvarez, Anderson Hurtado y un sacerdote, Juan Manuel Basurko. Ellos hicieron que por primera vez una multitud eufórica invada las calles de Guayaquil y del resto del país. ¿Era este un plantel mediocre?
La victoria del 29 de abril de 1971 fue la primera de un equipo ecuatoriano en la Copa jugando en Argentina. Quedó en la memoria colectiva (menos en la de los iletrados) por haber sido logrado ante el triple campeón de la Libertadores y finalista de aquel año, por haber roto el invicto del estadio platense y porque el gol fue convertido por un sacerdote en ejercicio. Todo ello le dio un contenido histórico y anecdótico, a tal punto de ser recordado mundialmente como un partido inolvidable. Poseo un estudio y una antología sobre la hazaña de La Plata en el que he recogido artículos escritos por los periodistas más célebres del continente y una docena de crónicas en varios idiomas, todos publicados en revistas americanas y europeas. Con ocasión del cincuentenario, medios de muchos países del mundo reprodujeron recuerdos del partido más célebre de la historia de la Libertadores: el de la conquista del estadio platense por Barcelona ante uno de los equipos más famosos del planeta.
El siempre recordado maestro del bien decir, Diego Lucero, escribió en Clarín, el 31 de abril de 1971: “¡Así son las cosas! Los muchachos de allá de la línea del Ecuador marcaron a muerte, taparon todos los claros de los caminitos que llevan al gol, mil rebotes pegaron contra sus osamentas organizadas en muralla, y en un descuido... el travieso curita de Motrico hizo con un golpe oportunista lo que no pudieron lograr los pinchas con doscientos ataques, en los que repitió con la terquedad del curda que repite la misma fórmula sin variantes, esa pelota a la olla para que el arquerito Phoyú pudiera hacer brillar su elegancia y para que el negro Lecaro, poderoso zaguero, saltara más alto que todos, y mandara en su área como podría mandar un mariscal de campo”.
Hay mucho que contar para aquellos que se sienten orgullosos de las victorias pasadas. Porque ya lo dijo el escritor argentino Jorge Luis Borges: “Somos nuestra memoria; somos ese quimérico museo de formas inconstantes, ese montón de espejos rotos. Solo aquello que se ha ido es lo que nos pertenece”. Y otro gran maestro de las letras, el español José Ortega y Gasset, dejó escrito esto: “El progreso no consiste en aniquilar el ayer sino al revés, en conservar aquella esencia del ayer que tuvo la virtud de crear este hoy mejor”. (O)