El fútbol mundial tenía un Ronaldo, muy querido, hasta que apareció otro, digamos respetado. Brasileño el primero, con toda la brasileñidad en su persona: distendido, espontáneo, alegre, vagoneta, talentoso, amigo de la noche. Portugués el segundo, bien europeo: estructurado, trabajador, responsable, atlético. Y también individualista, egocéntrico (lo cual no responde a una cultura nacional). Al superar este último –Cristiano Ronaldo– la barrera de los 700 goles en primera división, contando clubes y selección, surgió la comparación.