Un buen amigo me reclama constantemente que no escribo sobre un gran jugador que dejó un hermoso recuerdo por su calidad y su valentía. Se refiere a Fortunato Chalén Ortega. Le he contado que lo guardo en mi memoria no solo porque fue un futbolista enorme, sino también porque cuando Norteamérica fue a parar a mi barrio, de donde eran el presidente, el vicepresidente y el tesorero, Fortunato llegó a la esquina de Aguirre y Pedro Moncayo –que fue siempre mi esquina– y jugó inolvidables partidos callejeros la tarde de los sábados defendiendo a nuestro barrio frente a otros equipos, como el de Puerto Liza, en el que militaban Alfonso Quijano, Pepe Johnson y otros cracks.