Las finales rara vez resultan bonitas, mucho menos poéticas, en cambio, son fecundas en roces, manotazos, discusiones, altercados varios. Al menos, en Sudamérica. Y siempre se justifica el bochorno por la vieja excusa de “las pulsaciones a mil”. Y porque “son finales”. En Europa los futbolistas aceptan las decisiones del árbitro, no lo rodean agresivamente ni le gritan barbaridades en la cara, hay tolerancia al error.