Aunque ustedes no lo crean, esta historia no olerá mal. Confieso que este elogio y visita al wáter se me ocurrió la otra noche cuando tuve la urgencia de uno. Así uno se inspira en el mundo de las letras. Se ha escrito muchísimo sobre el baño, ese lugar sagrado al que todos acudimos. Lo que este cronista quiere contar es que la función del retrete no tan solo es evacuativa. Porque en ese recinto se dan otras actividades dignas de mención –y de micción también—.

Henry Miller –Estados Unidos, 1891-1980- , en la lectura en el retrete cuenta que siendo joven se refugiaba en el cuarto de baño a leer los clásicos libros prohibidos. Refiere que después de conversaciones con sus amigos estableció que mayormente en el baño se lee: revistas pornográficas, novelas de aventuras, eróticas y policiales.

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Ahora casi todos llevan al baño su teléfono celular para realizar llamadas, leer o escribir mensajes infieles.

Miller conoció algunos baños de sus amigos que hasta tenían estantes con libros. Cada cual con su tipo de lectura preferida para ese espacio íntimo.

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Nunca falta el estreñido culto que emprende la tarea de leer En busca del tiempo perdido, de Marcel Proust en siete tomos. Y no es broma. Así como tampoco exageré cuando escribí la crónica del historiador guayaquileño Carlos Calderón Chico y su casa invadida por los libros. Aquello cuando vivía en Tulcán y Aguirre –ahora habita en Urdesa y no sé si la situación es igual en ese espacio–.

Pero meses atrás los 23.000 volúmenes de mi gran amigo estaban repartidos en todos los espacios. Solo en el interior de su refrigeradora no descubrí una novela helándose como una cerveza. Tampoco dentro de la ducha. Pero sí en los estantes del cuarto de baño.

Calderón me contó que cuando recibió a una pareja de novios y él, hecho el celestino bromeando, sugirió: “Llévala al baño. Ella frunció el ceño con justa razón. Por tres ocasiones le dije: Llévala al baño, van a pasarla bien. Ella entró y no podía creer lo que estaba viendo. –Qué encontró, pregunté a Calderón– ¡Libros, libros, libros! Ella hasta sacó un par. Ahí está una colección muy particular de la historia de América, también hermosos libros de arte ecuatoriano y revistas famosas”.

Aunque Henry Miller, autor de Trópico de Cáncer y Trópico de Capricornio, novelas eróticas polémicas en su tiempo, en su ensayo sobre la lectura en el baño, manifiesta: “Tengo la certeza de que ningún escritor, ni siquiera muerto, se sentiría halagado si alguien asociara su obra con el sistema cloacal. Ni siquiera las obras escatológicas se gozan al máximo en el excusado. Habría que ser un auténtico coprófago para explotar al máximo una situación así”.

Pero el retrete no tan solo es un lugar para la lectura, sino un espacio para la acción de los personajes literarios. El narrador José de la Cuadra (Guayaquil, 1903-1941) en 1931 publicó Repisas, libro donde consta su cuento Chumbote nombre del personaje de 12 años que fuertemente atraído eróticamente por una muchacha se masturba con ahínco varias veces al día en lugares solitarios. “...la proximidad de la muchachota blanca, de carnes duras cuyo profundo olor a mugre y a feminidad se le metía en las narices, revolvíansele a Chumbote las ansias. Y quedándose solo encerrábase en el retrete a violentar sacrificios onanistas, con la imaginación llena de Rosa”.

En cambio Julio Cortázar (Bruselas, 1914-París, 1984) en su libro Un tal Lucas, con su característica ironía ubica a su personaje en una incómoda situación al intentar no hacer ruido en el momento de evacuar sus tripas y no ser oído por los que están afuera: “En los departamentos de ahora ya se sabe, el invitado va al baño y los otros siguen hablando de Biafra y de Michel Foucault, pero hay algo en el aire como si todo el mundo quisiera olvidarse de que tiene oídos y al mismo tiempo las orejas se orientan hacia el lugar sagrado que naturalmente en nuestra sociedad encogida está apenas a tres metros del lugar donde se desarrollan estas conversaciones de alto nivel, y es seguro que a pesar de los esfuerzos que hará el invitado ausente para no manifestar sus actividades, y los de los contertulios para activar el volumen del diálogo, en algún momento reverberará uno de esos sordos ruidos que oír se dejan en las circunstancias menos indicadas, o en el mejor de los casos el rasguido patético de un papel higiénico de calidad ordinaria cuando se arranca una hoja del rollo rosa o verde”.

¿Quién no ha vivido una situación así en aquel lugar sagrado? El baño inspiró en 1972 al escritor y dibujante argentino Roberto Fontanarrosa a crear a Inodoro Pereyra, el personaje de su historieta, un gaucho acompañado de su perro Mendieta: “Soy Pereyra por mi mama, e Inodoro por mi tata, que era sanitario”.

La poesía también vive en los baños como bien lo versifica el anti poeta chileno Nicanor Parra: “Poesía poesía todo poesía/ Hacemos poesía/ hasta cuando vamos al baño”.

Siglos atrás ya el poeta Francisco de Quevedo y Villegas (España, 1580-1645) proclamaba en altísimos versos que de los placeres del mundo, uno de los más grandes estaba en la expulsión de lo que pesaba y sobraba en el cuerpo.

Sobre este lugar tan cotidiano y diverso, el colombiano Germán Arciniegas (Bogotá, 1900-1999) en Este pueblo de América, cuenta esta anécdota que viene al caso: “Si de excusado se trata ¡loado sea el huerto del hotel de Arcabuco! Llegamos a este plácido pueblo colombiano, camino de Villa de Leyva, en tiempos de a caballo, monturas y posadas. Era parada obligada de una noche. Al día siguiente se tomaban las cabalgaduras y ¡adelante muchachos! El albergue, excelente. Sólidos lechos o poyos de adobes y, por colchón, pellones de oveja, olorosos a majada. Rústico calor de hogar. Pasada la oración y la cama, pregunté al posadero por el inodoro –como decimos ahora—. Viendo sus vacilaciones en la respuesta, le expliqué lo mejor que pude de qué se trataba. Lo que sorprendía al hombre era mi ignorancia. Magistral, se cuadró, me miró de pies a cabeza y me respondió de un tajo: El solar dirá, no doctor... Este humillante doctorado me permitió seguir a una puerta que se abría sobre cierto ameno rincón donde crecería lenguevaca y artemisa, tan bien abonadas que los usuarios desaparecían entre matas”.

Como prometí, esta crónica sobre el excusado, el servicio higiénico, el inodoro, el wáter, la taza, el trono o como quiera llamarlo, y sus personajes, no olió mal. Pero si no le agradó, hale la válvula y chao.