Los periódicos eran, entonces, órganos de difusión de ideologías. Más opinión que noticias. Más interpretación que hechos. Algunos, incluso, fueron fundados por agrupaciones políticas, sociales o gremiales, más que para hacer periodismo, para hacer propaganda, para publicitar. También para atacar, incluso con duros calificativos, o para defender, en medio de loas.

Los periodistas de entonces eran, en realidad, escritores, políticos, los mismos propietarios de los medios, inclusive. En las portadas, junto al nombre del diario, era común leer sus filiaciones ideológicas. Por ejemplo, “diario radical”, “diario liberal”.

Este es el contexto histórico de la actividad en los medios de comunicación cuando muere Eloy Alfaro Delgado, el líder de la Revolución Liberal de 1895. Lo matan el 28 de enero de 1912, en Quito, con el respaldo de una prensa “conspiradora, incitadora y cómplice”, según afirma el presidente Rafael Correa, quien en su discurso ha tomado el centenario de su muerte como base para descalificar a los medios.

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El historiador José Antonio Gómez Iturralde, autor de Los periódicos guayaquileños en la historia, una investigación sobre los diarios elaborados entre 1821 y 1997, no comparte esta lectura.

Según su estudio, entre 1895 y 1912 ¬durante el liberalismo radical, desde el inicio de la Revolución Liberal hasta la muerte de Alfaro¬ nacieron 237 periódicos en esta ciudad, la mayoría de corte liberal, aunque algunos circularon por pocas semanas.

“Todo el mundo tenía algo que decir y, sobre todo, algo que opinar. Los liberales, que habían pasado con la boca tapada, querían decir algo. Había una especie de ansiedad por publicar”, añade.

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El mandatario ha cuestionado los términos que entonces usaba El Comercio para referirse a Alfaro y su círculo. La causa alfarista, sin embargo, también tuvo órganos de difusión que cuestionaban a los conservadores y a distintas facciones de liberales.

Gómez refiere que el primer periódico liberal que se fundó luego de la revolución de 1895 fue La regeneración, el 8 de junio de ese año, pero le siguieron muchos otros. El Rayo, por ejemplo, se describía como un semanario del partido radical. Empezó a circular en mayo de 1895, en la clandestinidad, y cerró una vez que triunfó la revolución, no sin antes publicar las penas que pesaban sobre las autoridades del régimen anterior, refiere Gómez Iturralde.

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Antes del triunfo de la revolución, los liberales hacían oposición a los conservadores desde la prensa. En el tomo II del libro se señala que El Grito del Pueblo, que circuló el 22 de enero de 1895, “llegó a ser un elemento decisivo y orientador de opinión en la lucha abierta que sostenía la oposición contra el gobierno del doctor Luis Cordero”.

Se leía en su primer artículo: “Sin compromisos de ninguna especie y con el propósito de defender los intereses de la Nación y de hacer propaganda de las ideas radicales, aparece este nuevo órgano de publicidad”.

El historiador Ángel Emilio Hidalgo señala que los periódicos funcionaban como los órganos de los grupos políticos, que eran muy variados. “No eran solo liberales o conservadores. Entre los liberales y conservadores había una amplia gama”, dice.

Menciona que figuras del liberalismo fundaron periódicos para difundir la causa, entre ellos, Francisco Martínez Aguirre (El Perico), ministro de Alfaro en sus dos periodos presidenciales; Luciano Coral (El Tiempo), quien fue asesinado con él, aquel 28 de enero, a causa de sus escritos; y Pedro Carbo (La Bandera Liberal). “Muchos diarios surgieron en una coyuntura electoral, para apoyar a un candidato. Otra prensa apoyaba a las montoneras. Eran armas de combate político e ideológico. El concepto de opinión en el siglo XIX no es el mismo que manejamos hoy. El desarrollo del periodismo y la ciencia de la comunicación se da recién en el siglo XX”, afirma.

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Con la muerte, por insuficiencia cardiaca, de Emilio Estrada Carmona, el 22 de diciembre de 1911, a pocos meses de su asunción presidencial (el 1 de septiembre), asumió como encargado del poder Carlos Freile Zaldumbide, lo que dividió más a los liberales: los generales Leonidas Plaza y Julio Andrade lo apoyaron, pero Pedro J. Montero pidió el regresó de Alfaro, quien arribó el 4 de enero.

Se registraron combates entre las fuerzas que apoyaban al gobernante interino y los liberales radicales, los más sangrientos en Yaguachi, Huigra y Naranjito. La guerra civil cesó con un acuerdo que establecía la entrega de armas por parte de los rebeldes y garantías para ellos. Sin embargo, fueron detenidos.

Las seguridades ofrecidas fueron falsas: Montero murió asesinado el 25 de enero en Guayaquil, producto del disparo de un soldado y de la turba que lo mutiló, arrastró y quemó.

Alfaro, en cambio, fue enviado en tren a Quito con el resto de prisioneros: Medardo y Flavio Alfaro, su hermano y sobrino, el periodista Luciano Coral y los militares Manuel Serrano y Ulpiano Páez. Fueron asesinados en el Panóptico (la penitenciaría de Quito) por soldados y una turba azuzada. Murieron en la Hoguera Bárbara, calificada así por el escritor Alfredo Pareja Diezcanseco, mutilados, arrastrados hasta el parque El Ejido y finalmente quemados.

Al periodista Coral, de El Tiempo, fiel seguidor de Alfaro, le cortaron la lengua. Antes, el 6 de agosto de 1896, dirigentes liberales también habían matado a Víctor León Vivar Correa, escritor y periodista conservador.

Al hablar sobre quiénes fueron los responsables de la muerte de Eloy Alfaro, aquel 28 de enero, el historiador Willington Paredes, director del Instituto de Investigaciones Económicas y Políticas de la Universidad de Guayaquil, considera que no se puede reducir un complejo proceso histórico a un hecho que es resultado de ese proceso.

Unos destacan que influyeron la ambición y deslealtad de algunos jefes liberales. Paredes dice que no se puede analizar el 28 de enero sin comprender cómo y por qué el liderazgo de Alfaro se fue debilitando. Las fuerzas sociales se fueron fraccionando y el proyecto liberal no mostraba cohesión. Antes, el 11 de agosto de 1911, Alfaro había sido obligado, por mayoría liberal y movilización popular, a dejar el poder ante el rumor de un golpe.

Los antecedentes: Alfaro había intentado que Estrada Carmona, a quien él mismo había escogido como su sucesor en el poder, renunciara a la Presidencia antes de asumirla. Él se negó y consiguió el respaldo de “varios notables liberales, así como el de varios cuarteles quiteños”, según el libro Nueva Historia del Ecuador, de Enrique Ayala Mora. Cuando Eloy Alfaro dejó el poder, asumió temporalmente Freile Zaldumbide y luego se posesionó Estrada Carmona.

Decir que la prensa fue responsable de la muerte de Alfaro o la Iglesia es “reduccionista”, opina Paredes. Si bien un sector de la prensa lo cuestionaba, otro lo respaldaba y criticaba a sus adversarios políticos. “No hay que olvidar que en 1912 la incidencia de la prensa era mínima: el número de ejemplares era bajo y el 80% de la población urbana era analfabeta”, añade.

El presidente se ha enfocado principalmente en El Comercio, pero Paredes resalta que también habría que revisar las críticas de Manuel de J. Calle a los Alfaro desde las páginas de El Telégrafo. Este periódico hoy está en manos del régimen.

Para César Ricaurte, director de la Fundación Andina para la Observación y Estudio de Medios (Fundamedios), el peor error que se puede cometer al analizar la historia es tratar de revisar el pasado bajo los preceptos del presente. Afirma que la prensa era una expresión de las corrientes políticas de la época. “Por eso los periódicos no duraban tanto tiempo: porque nacían y morían al calor de determinadas luchas políticas”.

Añade que los periódicos más beligerantes con Alfaro eran precisamente los liberales, pero de otras tendencias, entre ellas, la placista. “Recordemos también que Alfaro había dado un golpe de Estado. Se había metido en una guerra cruenta, con más de 3 mil muertos. Este era un ambiente de guerra civil y si uno analiza este contexto, sin apasionamientos, puede entender mejor las publicaciones”.

En ese sentido menciona, como ejemplo, al escritor y periodista liberal Juan Montalvo, amigo de Alfaro, quien enfrentó al conservador Gabriel García Moreno, asesinado en 1875 cuando había sido elegido para un tercer periodo. Montalvo, al enterarse, pronunció una famosa frase: “Mi pluma lo mató”.

“No se podía ser más duro que él”, opina Ricaurte, quien cree que esa tradición se mantuvo durante la etapa liberal. “Recién en el siglo XX los diarios empiezan a profesionalizarse, por ejemplo, se comienza a separar la opinión de la información”.

Dumar Iglesias Mata, en su libro Eloy Alfaro: su vida frente a la comunicación social, refiere que el líder liberal también escribió para la prensa. Señala que hay testimonios que certifican que, durante su destierro en Panamá, trabajó para el periódico La Estrella, como linotipista, corrector y redactor de temas sobre la lucha por la independencia.