Conocido por los aborígenes de la Península de Santa Elena como “copé” o “copey”, según reseña la historiadora Jenny Estrada en Ancón, publicación de 2001, este “líquido espeso de color negro-verdoso” (hoy conocido como petróleo) que brotaba de los pozos, ya era usado por estos nativos de la costa del país antes de la llegada de los españoles para encenderlo en sus “teas” e iluminar las noches; y curar heridas.