Hace un tiempo escribí sobre los cambios positivos que tenía ‘Buenos muchachos’. Ahora me toca retractarme. El personaje del Presidente pasó de ser un intruso observador, afilado y amenazante, a convertirse en un soldado raso del comandante. Sacarlo de la “cabina de control” para ponerlo en reemplazo de Carlos Alberto Vicente fue un gran error, se acabó lo provocativo del rol. Se acabó la intromisión y su poder fiscalizador que lo transformaba en un atractivo antagonista. En general, desde la salida de  Vicente, los programas se han visto algo lentos, fofos, se perdió  la interacción potente que había entre los tres conductores, lo lúdico se ha atascado. Las menciones pregrabadas ya cansan, la novedad de introducir los cuerpos pintados también se volvió repetitiva, los mismos chistes básicos, ahí es donde más se siente la ausencia de Carlos Alberto. A esto se suma una recurrente agresividad en Pinoargotti, como que estuviera justificándose permanentemente, cosa que no es necesaria, el programa ya tiene un posicionamiento clarísimo. Si bien sigue ofreciendo partes destacables, como El Inspector, que se mantiene sólido con un espacio bien trabajado; el Big Boss, que ya no hace de Big Boss, pero aporta un humor diferente, y varios de los segmentos grabados, el problema aparece en la conducción en vivo, en la interacción y la energía que transmiten. Ahí alguien tiene que meter la mano.