Había una vez una niña que a los 4 años aprendió a leer para descubrir qué historias se escondían dentro de esos hermosos libros de cuentos con formas de animales y personajes. Actualmente, Ángela Arboleda Jiménez es gestora y directora de Un Cerro de Cuentos, que del 23 al 30 de agosto se realizará en Guayaquil, Portoviejo, Manta, Babahoyo, Nobol, Milagro y Naranjito.
Si la vida es un cuento, Ángela Arboleda cuenta su vida así: “Mi padre no me contaba cuentos, pero recitaba y trabajaba en teatro, y ese, para mí, fue el más grande aprendizaje y acercamiento a la ficción. Como mi madre era maestra, yo quería ir con ella al trabajo y si no me llevaba armaba berrinche, y terminé asistiendo a sus clases”.
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Entonces, aprendió a leer a los 4 años y la matricularon en primer grado a los 5. “Cuando murió mi padre decidí que él seguía rondándome para verme trabajar, lograr lo que me propongo, hacer lo que sueño. Y mi madre es la típica mujer sabia y, por tanto, apoya mis decisiones o me previene con ese saber que solo los años dan y que quiero aprenderle”.
Habría que anotar que es hija única de Antonio Arboleda e Idalia Jiménez. También que, antes de asistir al primer taller de narración oral a cargo de Raymundo Zambrano, realizó actividades de comunicación social, publicidad, teatro, danza contemporánea, literatura y gestión cultural.
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Cuando decidió vivir del cuento, renunció a la agencia de publicidad donde trabajaba de creativa y agarró su mochila con rumbo sur. En Lima estudió danza contemporánea con Mirella Carbone. En Santiago de Chile tomó más clases de danza. Y en Buenos Aires, por algo más de dos meses, estudió actuación, narración oral, danza aérea y contemporánea.
Llegué a tener un horario tan apretado de clases –recuerda– que un día no pude levantarme, me dolían hasta la uñas. Aún así, su último destino antes de regresar fue Brasil.
Ángela asegura que como cuentera La dama de Urbinajado es el personaje que más ha profundizado y presentado por escenarios del mundo. “Cuando subo al escenario como ella, suelto la lengua y bromeo y le tomo el pelo a cualquiera y pierdo la compostura y me encanta, porque yo no soy exactamente así. Es difícil serlo en esta ciudad pacata e hipócrita”.
Acepta que le gusta más contar textos literarios o de una riqueza verbal distinta: “Yo soy hija de montubia, pero urbana, y me crié entre libros, no entre cuenteros”. Regresando a Un Cerro de Cuentos –que este año celebra su sexta edición–, dice que es satisfactorio: “Llegar a sitios donde poquísimas veces se ven espectáculos, plantarnos en una placita y que la gente llegue con su silla para vernos. Ver cómo se encanta lo mismo un niño del colegio Alemán y un niño de la Trinitaria”.
Este año, el Encuentro Internacional de Narradores Orales, a más de invitados extranjeros, realizará un homenaje a los cuenteros de Salitre, a quienes frecuenta desde hace meses atrás. “Fui corriendo la voz (de) que buscaba gente para venir a cuentear y amorfinear y versear. Uno de los más reacios a venir, el último domingo, le gritó a un amigo: ¡Compadre, me voy de poeta a Guayaquil! Son gente admirable, sí son violentos, sí son mujeriegos y sí son borrachos, como cualquier pelucón de Guayaquil o aniñado de Quito, pero también son trabajadores, sinceros, buena gente, con sentido del humor y conciencia de sus pasiones. Algo que el hombre moderno ha perdido”.
Siendo así, desde Candilejo llegarán Gastón Freire y Tulita Chávez; de Guachapelí, Pepe Carpio y, con la música a cuesta, la banda de pueblo de los Hermanos Muñoz, desde Samborondón. Ángela, que antes de partir a sus gestiones mete medio mundo en su bolso, dice que contar y escuchar historias es importante: “¡Porque hablando se entiende la gente!”. Aunque por ser organizadora ella no sube al escenario a contar sus historias, lo cual es duro, y confiesa: “Me hace llorar”.
Entonces, ¿qué es más importante que contar historias? “Escucharlas. Porque me conmueven (...) sin eso sería un ser estático que no crece”. Pero esa niña de 4 años creció, y si ahora no dirá sus cuentos, ya lo hará, porque Ángela Arboleda es una cuentera de palabra y obra. Y colorín y colorado este cuento no ha terminado.