Una dura seda, que a veces raspa pero sin dejar huella. Correcta y buena sin llegar a ser memorable; así es Silk (Seda), la nueva película del director francés François Girard, quien tras once años de ausencia luego de El violín rojo, nos presenta esta nueva cinta basada en la novela de Alessandro Baricco.
Esta vez Michael Pitt (Murder by Numbers), Keira Knightley (Piratas del Caribe), Koji Yakusho (Babel, Memorias de una Geisha) y Alfred Molina (En busca del arca perdida, Frida) dan vida a una historia de amor e infidelidades donde los gusanos de seda y los viajes para comerciarlos son un pretexto.
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En este drama de época no es la actuación lo relevante, ni tampoco lo es la narración; el vestuario, la ambientación y la fotografía casi perfecta de los escenarios son los elementos que otorgan categoría al largometraje. Un desarrollo bastante lento, que quizá cobra sentido en ese proceso de mostrar el encuentro entre Oriente y Occidente. Es por demás sabido que adaptar la literatura al cine no es siempre señal de éxito ni de buenos resultados. El intento de Girard es válido pero insuficiente, difuso.
La metáfora de la seda y su suavidad no existen. La falta de diálogos que bien puede ser un recurso útil, pesa y arrastra las interpretaciones que se vuelven acartonadas y faltas de emotividad, correctas pero no creíbles. La emoción o la extrema sensibilidad que lleva al protagonista a recorrer distancias abismales por tocar una piel, no se sienten ni se transmiten. Alfred Molina merece destacarse sin duda por su interpretación de Baldabiou, actuación sólida y muy buena.
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Seda sugiere sin contar ni concretar. Su ambientación en Japón evoca historias de misterios oníricos que bien podrían resultar en una trama bastante interesante, pero aquí se desperdician.
Seda predica emotividad desde su inicio, pero todo queda en presunciones. La emoción apenas aparece una vez en forma de carta.