Esa mañana, el sol no brilla en Chanduy. Sobre el mar cae una llovizna finísima. Como de espinas de pescado. Luis Miranda lo observa y recuerda que a finales de los años ochenta era profesor en la Facultad de Arquitectura de la Universidad Católica, cuando un empleado le dijo que si quería pintar al hombre de la Costa debía conocer ese pueblo de pescadores.
“Cuando vi esa fuente de trabajo, a los hombres echando la red, a los cargadores de pescado, las barcas, el mar y el estero quedé impactado, enamorado de este lugar, no quería saber nada de Guayaquil, felizmente en Chanduy pude comprarme una casa vieja”, dice.
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Ya no vive en esa antigua casa. Donde despertaba muy por la mañana, cuando los gallinazos empezaban a caminar por el techo de zinc. La actual es moderna, está entre el estero y el mar del puerto de Chanduy.
El tiempo fluye. En abril, el guayaquileño Luis Miranda Neira cumplirá 77 años. “De pequeño no me regalaban juguetes sino cajas de colores, lápices, cuadernillos, esos eran mis juguetes. Pinto de toda la vida”, asevera. Siempre su tema principal ha sido el hombre trabajador. Hacia 1955 comenzó pintando a los campesinos de las haciendas bananeras que su padre tenía en Quevedo.
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Al hablar, sus manos dibujan trazos rápidos. Bebe un sorbo de vino y recuerda su estadía en Italia entre 1956 a 1961: “Fueron años decisivos. Residí en Roma, pero recorría toda Europa. Creo que el 80 por ciento de lo que aprendí, se lo debo a grandes maestros como Américo Bertoldi, Mario Mafai, Jarvi Lini, Pericles Pazzini y otros”.
Luego residió 16 años en Nueva York y Nueva Jersey. Recién se había casado con Gloria Guerrero –su compañera de toda la vida– y como trabajaba de obrero textil era un pintor de domingo.
“La vida en Nueva York sí la pinté, a los jazzistas del Harlem latino, todo eso me lo compraron allá”. Lamenta no poseer ninguno de esos cuadros.
A su regreso, retomó el tema de los platanales y en Chanduy, las escenas cotidianas. “Es lo único que me interesa desde que comencé –asevera mostrando sus últimas obras–. Nunca he traicionado mi tema. Creo que el artista para ser verdaderamente artista debe expresar el mundo que lo rodea. A mí me sigue interesando la naturaleza, la vida diaria, la gente trabajadora, es lo que me encanta pintar. No me interesa más en la vida. No soy un arribista. No ando atrás de las condecoraciones. Siempre trato de mejorar mi obra y si no sale mejor es porque yo no doy más”, asevera con esa tierna y brutal sinceridad que caracteriza al maestro Luis Miranda.
Las olas revientan junto a su casa. Pero ya casi no vive en ese poblado que lo hechizó. El sol –esa mañana ausente– le produjo cáncer en la piel, también tiene problemas cardiacos y últimamente Chanduy se volvió inseguro. Su esposa, quien también pinta, ya no quiso vivir en ese lugar tan apartado –Chanduy está a 14 kilómetros de la carretera Guayaquil-Salinas–, sobre todo, ante una posible emergencia.
“Me mantengo con vida pese a los achaques. Tuve que escoger entre dos pasiones: el mar de Chanduy o mi esposa. Preferí a esta señora con la que hemos vivido medio siglo. Ganó ella. No la he traicionado nunca”, manifiesta.
Ahora permanecen más en Bosque Azul –casa frente a Puerto Azul–. Todas las mañanas pintan hasta la una de la tarde cuando huyen del calor y se refugian en algún mall, donde beben café y ven pasar a la gente. “Hago dibujos de todo eso, tengo una gran cantidad”, comenta.
Miranda Neira dice que siente orgullo de su mural Nuestro trópico (ubicado en el viaducto av. Juan Tanca Marengo y av. Martha Bucaram de Roldós, km 7½ vía a Daule) que realmente son dos enfrentados, cada uno tiene como personaje al hombre de la Costa rodeado de exuberante flora y fauna. La experiencia de trabajar en la vía pública, trepado en un andamio, rodeado de público le pareció hermosísima.
“La gente del sector –recuerda– estaba encantada porque se veían retratados en el mural. Además, esos colores muy vivos les gustaba”.
Actualmente pinta la serie: Las señoritas de la calle Salinas. Aunque solo dos veces visitó la 18, el barrio de las trabajadoras sexuales. Pero se vale de fotos y de su fantasía. En otras de sus últimas telas están el manglar, los balseros de Playas y los hombres de mar. Próximamente desea atrapar la procesión del Cristo del Consuelo.
“Tengo tantas ideas para pintar, esa ilusión de pintar cada día es lo que me tiene con vida”, jovialmente reflexiona, cercado por pinceles, tubos de óleo, una pequeña mesa que es su paleta multicolor y un caballete con un cuadro a medio hacer.
En Chanduy o Guayaquil, Luis Miranda, el pintor del hombre trabajador, pinta todas las mañanas, aunque casi no existan galerías donde exhibir, ni compradores de obras de arte. “De la pintura no se puede vivir”, afirma. Sus palabras son de colores y huelen a mar y pintura fresca.
“En mi última exposición no se vendió nada. Pero los artistas tenemos que seguir pintando porque si no nos morimos. Esta es una época de acumular obras, eso es lo que estoy haciendo”, dice. Afuera las olas truenan y la llovizna no cesa.