Esa mañana, el sol no brilla en Chanduy. Sobre el mar cae una llovizna finísima. Como de espinas de pescado. Luis Miranda lo observa y recuerda que a finales de los años ochenta era profesor en la Facultad de Arquitectura de la Universidad Católica, cuando un empleado le dijo que si quería pintar al hombre de la Costa debía conocer ese pueblo de pescadores.