| claramedina5@gmail.comContinúan las reacciones: ahora una asidua lectora de José Saramago se sumerge en las imágenes de la adaptación cinematográfica de uno de sus libros más famosos. En estos días he vuelto a pensar en Ensayo sobre la ceguera, el libro con el cual, hace aproximadamente una década, ingresé al mundo saramaguiano. Fue el descubrimiento de un autor y de un modo particular de narrar y, argumentalmente, un encuentro con lo más abyecto de la condición humana. Hoy, después de haber leído otras obras de José Saramago, como Todos los nombres, La caverna, El hombre duplicado, Ensayo sobre la lucidez y Las pequeñas memorias –que no son ni la tercera parte de su producción total, pero sí algo representativo–, permanece en mí esa sensación extrema que tuve al leer esta pieza capital, tal vez la mejor novela –de entre las que conozco– del Nobel de Literatura 1998. La sensación estaba ahí, como guardada en algún rincón de la mente, y se avivó cuando me reencontré, la semana pasada, con este libro en la oscuridad de una gran sala, frente a una pantalla en la que los personajes de papel se volvieron corpóreos.Me llevó al cine la curiosidad. ¿Cómo podría un director, por más Fernando Meirelles que fuera –recordaba de él su violenta y sin tregua Ciudad de Dios–, trasladar a imágenes esta novela tan compleja? Ver para creer, pensé, aunque esta frase suene paradójica cuando se trata de un tema de ceguera, pero nada inapropiada, me dije, si consideramos que la narrativa de Saramago se nutre también de máximas, refranes y parábolas.Nada más sentarme y empezaron a desfilar frente a mí las imágenes del filme La ceguera (en la versión cinematográfica le han condensado el nombre. Le quitaron eso de ‘Ensayo sobre’). Fue como abrir el libro otra vez: el atascón. El primer hombre que pierde la visión. El sujeto que socorre y roba el carro a este hombre. El primer ciego en la consulta de oftalmólogo. La ceguera del oftalmólogo y de los pacientes que están en la sala de espera cuando llega el primer ciego. Como leer el libro, digo, con la salvedad de que cuando se lee, cada lector les pone imágenes a las palabras. Recrea lo leído según su propio gusto. Curiosamente, los personajes de la pantalla eran bastante cercanos a los que imaginé. Todos, excepto el extorsionador interpretado por Gael García Bernal. Lo pensé menos atractivo y más viejo.Meirelles hace una versión casi literal de esta obra, que cuenta la epidemia de ceguera blanca que repentinamente ataca a una población.Para evitar que se propague, recluyen a los infectados en una especie de sanatorio abandonado. Solo una persona de las que están allí puede ver. Es la esposa del oftalmólogo, quien misteriosamente nunca se contagia y finge estar ciega para que la internen y así cuidar a su marido. Pronto en el lugar se produce un hacinamiento y empieza la lucha por la supervivencia. Lo peor y lo mejor del comportamiento humano afloran en estas condiciones. La esposa del médico se convierte en los ojos de este colectivo y es la que conserva la lucidez en medio del caos, pues hasta en este lugar donde a todos los emparenta la tragedia y el horror, la lucha por el poder no cesa.Lo interesante de la escritura de Saramago son las reflexiones que inserta, las valoraciones que le imprime a los sucesos y las descripciones de los pensamientos o sentimientos de los personajes. En la versión cinematográfica, pese a su literalidad, esta riqueza se pierde un poco. Sin embargo, la obra no naufraga. Tiene momentos en que logra capturar la esencia del libro e indagar en lo fundamental: ¿De qué es capaz el ser humano orillado a una situación extrema? ¿La moral es estática o es cambiante? ¿Es más dañina una enfermedad o la capacidad de autodestrucción que tenemos las personas? El frecuente uso del blanco también es un acierto. Transmite la idea de esa ceguera blanca, como un mar de leche, de la que se habla en el libro y que es contraria a la otra ceguera, en la que todo es negro.La novela de Saramago es una gran metáfora sobre humanidad. “Creo que no nos quedamos ciegos, Creo que estamos ciegos, Ciegos que ven, Ciegos que, viendo, no ven”, dice el oftalmólogo al final de Ensayo sobre la ceguera. Y de eso es de lo que ha querido hablar el escritor portugués: de la ceguera en la que muchas veces habitamos los seres humanos, por más clara que tengamos la visión.El filme La ceguera ha hecho que cobre actualidad noticiosa la novela Ensayo sobre la ceguera, publicada originalmente en 1995, tres años antes de que Saramago ganara el Nobel. Fue ante el estreno de la película que una agrupación de ciegos protestó, porque, según dice, esta historia los hace quedar como unos degenerados. No lo creo así, pero si se sienten ofendidos están en su derecho de expresarse.Después del cine, volví a casa. Tomé el libro y leí: “Se iluminó el disco amarillo...”. Aunque recordaba la conmoción que me produjo la historia, había olvidado la frase exacta con que comenzaba la novela. Seguí leyendo y con asombro constaté que los personajes que hace una década construí en mi cabeza habían mutado un poco. Se habían sometido a un retoque. Ahora tenían rostros de famosos. La esposa del oftalmólogo era Julianne Moore y el malo, Gael García Bernal.