La escenografía es futurista. La iluminación, suave. El escenario, minimalista. En el centro, solo una pequeña mesa alta y dos personas. Un presentador y un concursante que comienza a sudar frío. Suena música de suspenso. Todo se detiene por unos segundos. Casi se pueden escuchar las respiraciones en el set. O un tic toc de reloj... Y se escucha una voz, que también parece extraída de una serie de ficción: “¿Eso es... verdad?”.

La respiración contenida cae en un pesado resoplido. El presentador anuncia que el concursante ha conseguido $ 500 e invita a continuar. A un costado del set están en primera fila dos familiares y/o amigos de quien acaba de pasar la prueba de la verdad o la mentira.

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Al principio son preguntas casi inocentes y provocan sonrisas de alivio entre los acompañantes involucrados: ¿Usted ha mentido para conseguir un trabajo? ¿Usted ha robado algo de casa de algún amigo? Luego vienen preguntas de cajón, pero que ponen en aprietos al participante: ¿Usted realmente cuida a los niños muertos de hambre en África? ¿Ha robado cualquier cosa de trabajo? ¿Ha engañado a su esposo (o esposa)? ¿Usted ha tenido algún amorío en su sitio de trabajo?

Cuando se acercan peligrosamente a los montos altos, digamos más allá de los 1.500 dólares, comienzan a aparecer las preguntas más específicas, las que en el polígrafo previo ya han sido detectadas como las más comprometedoras: ¿Ha tenido relaciones sexuales siendo sacerdote? ¿Ha sido amante de uno de sus jefes en el trabajo? ¿Ha estado en la cárcel alguna vez? No se tienen noticias de que haya existido un concursante que haya ido más allá. Aunque, todo hay que decirlo: en Colombia hubo una señora que confesó haber contratado a unos sicarios para matar a su esposo (ver recuadro). Se llevó una bolsa de $ 25.000 por su revelación. Hubiera sido interesante que el presentador de Caracol, Jorge Alfredo Vargas, le preguntara si iba a usar el premio para intentar acabar el “trabajo” que no pudo concluir… Interesante, pero cínico también.

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Aun antes del episodio que generó el fin del programa, en el vecino país se polemizó mucho. Los ejecutivos del canal proponían el espacio como un baño de verdad en una sociedad acostumbrada a la hipocresía y la mentira (es exactamente lo que hemos escuchado acá). En medio de las discusiones se propuso que si verdaderamente el programa tenía pretensiones educativas y pedagógicas debería generarse un espacio de discusión de los contenidos.

Nacieron así las propuestas de los debates, que en la versión ecuatoriana a cargo de Ecuavisa se han hecho realidad, bajo la conducción de uno de los principales “anchorman” de la cadena. No es la primera vez que sucede, en el ‘Gran Hermano’ se abrieron espacios de debate con el mismo Carlos Vera.

El argumento en esa ocasión y ahora es que “la sociedad se estaba sincerando”. Cuando todo esto no es más que entretenimiento que se elabora explotando las reacciones de gente común frente a situaciones extremas. En el caso de ‘Gran Hermano’ era un reality show. En este caso no es más que un game show, o para hablar en criollo, los viejos programas de concurso.

Con decir esto, no se quiere negar el profundo impacto que puede causar esta clase de entretenimiento. Y ahí está el problema. Con la llamada TV real no se sabe exactamente qué teclas personales y sociales se tocan. Y en estos diez años hemos visto de todo, todo. Pero los productores no se detienen y buscan cada vez situaciones más al límite.

¿Nos estamos sincerando como sociedad con esta programación televisiva? Andrés Jungbluth suele decir a sus víctimas, perdón, concursantes, que la “verdad os hará libre” y les pregunta con aires casi místicos si se han liberado. El sujeto del frente, aún no muy consciente de su acto de exhibicionismo, se seca el sudor frío que corre por la frente y contesta que sí, que se ha liberado. Corresponde a los cristianos analizar estas palabras y formas, lo que sí debo decir es que llama la atención el uso de estas palabras evangélicas en un concurso de TV.

Pero incluso si hubiera algo parecido tal “liberación por la verdad” es aún más incierto que se trata de presentarla como una liberación colectiva. De lo contrario, el mismo presentador de los debates no se escandalizara porque en un libro de educación sexual a los chicos se les da información sobre su sexualidad y el aborto.