Apegada a la realidad queda mi conclusión. Mucho tiene que ver con otra palabra dividida en estratos. Alberto Cortez compuso el tema Cómo ser un pequeño burgués. La gran burguesía, la componían quienes acumulaban un enorme capital o monopolio, jugando con la plusvalía, llegando a dirigir en forma total a la sociedad en que vivían. La pequeña burguesía tenía posibilidades limitadas en lo que se refería a producción o cambios pero vivía con comodidades sin lograr cuantiosas fortunas.
Se me hace que un pelucón es aquella persona que vive en función de lo que posee, se deja dominar por sus bienes, tiene como meta la de acumular, convirtiéndose en icono social, lo que, al fin y al cabo desemboca en la llamada jet set aficionada a farras millonarias debidamente comentadas, matrimonios onerosos, alhajas vistosas.
Flaubert escribió: “Hay mujeres tan cargadas de joyas que parecen compradas”. Pero si hablamos de ser dominados por lo que tenemos, puedo ser pelucón teniendo tan solo una bicicleta, viendo mi velocípedo con exagerada pasión. Todo lo que tenemos puede esclavizarnos. Al final soñamos con tener un sepelio a toda vela para no convertirnos en cholos de mala muerte, dependemos mucho más del juicio ajeno que de nuestra profundidad mental, la nobleza de nuestro corazón. Los interiores de una mujer pueden llegar a ser más esenciales que su vida interior: existen almas de encaje negro. El automóvil (creo que casi todos caemos aquí) se convierte en juguete de niño grande con turbo, diptronic, maxi tuning, para no mencionar el uso de neón azul en la placa, evidenciando un yo profundo de chiquillo mayor. “Pongan un tigre en su motor”, “la agresiva potencia”, fueron eslóganes famosos. El tubo de escape enorme, estruendoso y cromado, puede ser prolongación metafórica de un pene neurótico. Hasta hablamos de nuestro vehículo a la primera persona: “tengo ocho cilindros, seis velocidades adelante y una atrás”: identificación total.
La esposa del pelucón es extensión de su propia personalidad. Se decide omnipotentemente su derecho a salir o quedarse en casa, opinar o quedarse callada. Se le prohíbe envejecer (el hombre puede). No hablemos de la “empleada” (término para mí casi injurioso que suena a dependiente asalariada cuando existe la hermosa palabra colaboradora).
¿Cuántas personas conocen la casa donde vive su personal doméstico?
Empleada significa sumisión expresada mediante unos cien “mande” por día. La primera persona con quien hablo cuando entrevisto a un conocido es siempre la que labora en la cocina: suele ser buena psicóloga. Soy lo que soy cuando no me queda nada. El rico arruinado conserva pocos amigos, el ser más pobre los tiene. Ya lo ven: ser pelucón no depende de nuestro haber sino de la importancia que damos a lo que poseemos. El verdadero cáncer de la personalidad es la soberbia, el olvido de nuestra condición mortal.