El siempre estupendo y talentoso  Anthony Hopkins se siente a sus anchas encarnando a Ted Crawford. Un papel a la  medida de sus zapatos y que no le permite abandonar la sombra de los villanos inteligentes. Cierto es que a ratos es difícil verlo en esta caracterización y olvidarse del célebre Hannibal Lecter, más aún cuando se lo ilumina de costado o desde arriba; pero en Fracture, Hopkins imprime un raro acento y una peculiar forma de caminar a Crawford, que le otorga vida propia al personaje. Construye así una personalidad fascinante, capaz de provocar empatía y rechazo al mismo tiempo.

Por otro lado, el canadiense Ryan Goslin, a quien vimos junto a Sandra Bullock en la cinta Murder by Numbers, demuestra estar a la altura de las circunstancias en la piel del fiscal Willy Beachum. La estabilidad de la balanza se siente gracias a la juventud de Goslin frente a la madurez de Hopkins. No en vano el primero fue nominado a los premios Oscar como Mejor Actor en la película Half Nelson, en el 2006, y el segundo ganó una estatuilla en 1991 y fue  nominado en tres  oportunidades más. Quizás uno de los mejores elementos de esta cinta es el debate inteligente y perspicaz que sostienen Crawford y Beachum.

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Este juego  de palabras entre los dos personajes seguramente estarán en la lista de frases célebres. Fracture bebe de muchas fuentes del género. Usa numerosos tópicos de las películas de suspenso y cuenta con alguno  que otro giro inesperado. Adicionalmente, a ratos fueron inevitables las odiosas comparaciones que me llevaron a recordar la excelente película Un Crimen Perfecto (A Perfect Murder) que en 1998 interpretaron Michael Douglas y Gwyneth Paltrow, pues su temática es muy parecida.

Los puntos a favor de Fracture son  una buena puesta en escena, una banda sonora que refuerza y acompaña sin opacar junto a un reparto consistente y creíble que hacen de este un buen thriller policial. La lucha de caracteres, el manejo del orgullo, del poder y del amor al dinero acompañan la impecable factura técnica: buena fotografía, montaje y manejo de cámaras. Quizás un solo punto en contra,  por aquello de que la perfección no existe en la creación. Para cumplir forzadamente con la encomienda complaciente del happy end hollywoodense, se echa mano del recurso más elemental y menos talentoso: es el propio protagonista quien confiesa todo a su perseguidor. Un desenlace sin sorpresa que, para variar, busca dejar bien posicionada a la justicia estadounidense.