Ya desde las primeras escenas está claro que Sé que vienen a matarme es una película arriesgada, directa, que no se anda con rodeos: ante un hombre con uniforme militar, rostro de tal severidad que es imposible no sentir miedo, desfila una multitud de hombres hacia el paredón. Hay quien lleva a su pequeño hijo y fusilan a los dos. El exiguo pelotón dispara sin descanso, mientras el siniestro personaje grita invariablemente “¡fuego!”.
Cuando la carnicería parece terminar, los soldados traen a un último reo; Gabriel García Moreno (tal es el nombre del personaje) da una muestra de “compasión” y ordena al prisionero que pida perdón, él se niega por las “atrocidades que ha visto ese día”, pero pide al tirano que haga llegar unas monedas de oro al padre. García Moreno toma las monedas y luego las tira en el reguero de sangre junto al cadáver.
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Sé que vienen a matarme, el próximo estreno de Ecuavisa, retrata a uno de los personajes más polémicos e insólitos de la historia de este país: Gabriel García Moreno. Sin embargo, la película no pretende ser un riguroso retrato histórico ni mucho menos, se trata de la adaptación de la novela del mismo nombre, obra de Alicia Yánez Cossío.
El personaje de Yánez Cossío que es trasladado en la pantalla está construido desde los claroscuros de la mente y los abismos del espíritu. Ese es el gran aporte y lo que hace a esta obra tener tantas posibilidades visuales. En otras palabras, estamos ante un villano extraordinario, que a veces llora tiernamente en una bañera, escena que puede estar entre las más inquietantes de todo el filme.
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El valor de haber hecho una película así es doble, porque en el momento en que se expone la oscuridad de García Moreno, se revelan también las oscuridades del poder y las del país. Estas últimas son especialmente decidoras. Por eso es tan fácil y, al mismo tiempo, estremecedor, descubrir que –salvo el enorme detalle de las torturas y los fusilamientos– es posible rastrear esas zonas sin luz colectivas.
Por eso, la nueva producción de Ecuavisa es insólitamente arriesgada en una televisión acostumbrada a temerle hasta a su propia sombra y por lo tanto a realizar productos insípidos. No podía haber mejor retorno a la producción de gran escala para el canal que acaba de cumplir 40 años y que en los años noventa produjo otras adaptaciones literarias de alta calidad como Los Sangurimas, A la costa, El chulla Romero y Flores, Siete lunas, siete serpientes.
Más allá de otra consideración, esta buena noticia sería como para alegrarse, pero además Sé que vienen a matarme representa un crecimiento de todo tipo en cuanto a calidad de producción, pese a ciertos detalles y errores menores.
El casting de los personajes centrales es acertado: Jaime Bonelli a veces peca de acartonamiento teatral como en la escena en la alcoba del terremoto, mientras Cristina Morrison (Virginia Klinger) domina las escenas donde aparece solo a fuerza de una mirada melancólica. El joven García Moreno es una revelación. Incluso dubitaciones y novatadas refuerzan el efecto de un adolescente atormentado y enfermando rápidamente del alma. Es interesante ver cómo la escena más intensa en este sentido es un homenaje para nada sutil de la célebre The wall, el musical de Alan Parker sobre la obra de Pink Floyd.
Igual de acertados están Fernando Gavilanes como Faustino Rayo; Juana Ordóñez como Rosita Ascázubi, la esposa del déspota. Cumple en el promedio Gonzalo Samper (Juan Montalvo), y David Rambay (Gral. Ayarza) salva su participación con la tétrica escena de los azotes. La maduración de Carl West en este aspecto es notable: sabe sacar partido de sus actores principales, aunque en ocasiones cae en ciertas inconsistencias como en la definición del personaje del Gral. Salazar, casi una caricatura, entre monje budista y soldadito de plomo...