Esa noche se albergaron en una pequeña aldea, en la que el guía le dijo a don Quijote que desde allí a la cueva de Montesinos no había más de dos leguas, y que si estaba decidido a entrar en ella, era necesario proveerse de sogas para atarse y descolgarse en su profundidad. Don Quijote dijo que aunque llegase al abismo había de conocer la cueva. Y así compraron casi cien brazas de soga. Y al otro día, a las dos de la tarde llegaron a la cueva, cuya boca era espaciosa y ancha, pero llena de zarzas y maleza tan espesas e intrincadas, que de todo en todo la cubrían.