Los restos mortales de uno de los genios de la música, el austriaco Wolfgang Amadeus Mozart, descansan en un cementerio del romanticismo del siglo XIX, sin que se sepa dónde los enterraron exactamente, mientras pasan por encima los coches que cruzan la autopista del este de Viena.

El último muerto fue sepultado en ese camposanto en 1873, y en 1922 hubo planes de liquidar el área de tumbas para sustituirlo por un parque, aunque se salvó en aquel entonces para convertirse en un lugar buscado por los turistas que veneran al compositor.

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Podría ser, hoy en día, un oasis verde de tranquilidad y naturaleza, si no fuera por el tráfico en la carretera construida sobre pilares que, justo encima del camposanto, se reparte en cuatro vías para desembocar en la circunvalación más importante de la capital.

En muchas de las antiguas lápidas de entre las seis mil tumbas se ve la corrosión y algunas están derribadas, aunque las inscripciones revelan aún el gran respeto de los vieneses por los títulos que, según algunos rumores maliciosos, sobrevivió los tiempos pero que, sin duda alguna, era aún mayor en el siglo XIX.

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De nombres se destacan algunos como el de Josef Madersperger, inventor de la máquina de coser, o Basilio Calafatti, propietario de un carrusel de vapor en el parque de atracciones del Prater, pero de Mozart tan solo hay vagas suposiciones de dónde podría estar enterrado.