En el centenario del nacimiento de Jorge Carrera Andrade, en dos ciudades se ofrecieron tributos.
Jorge Carrera Andrade ya no estará solo. El pueblo de Quito lo acompañará todos los días. Ese fue el sentido de las inspiradas ceremonias que se ofrecieron en la capital en homenaje al centenario de nacimiento del poeta ecuatoriano.
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Los actos se cumplieron el pasado jueves en el parque El Ejido y en la Casa de la Cultura Ecuatoriana Benjamín Carrión (CCE).
Antes de develar el busto de Carrera Andrade, en El Ejido, el presidente de la CCE, Raúl Pérez Torres, pintó la imagen de un poeta envuelto en la más notoria y desesperante soledad durante sus últimos años de vida.
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Pero ahora la escultura, diseñada en bronce por el maestro Jesús Cobo, está frente al parque El Arbolito, en el centro de una plazoleta donde hay piletas y funciona una potente iluminación que le da al lugar vida y movimiento.
En la ceremonia, mientras soplaba un frío viento, el alcalde de Quito, Paco Moncayo; el presidente de la Comisión Nacional Permanente de Conmemoraciones Cívicas de la Presidencia de la República, Juan Leoro, y el presidente de la CCE, Raúl Pérez Torres, destacaron la figura de Carrera Andrade, El Hombre Planetario.
Luego de unos minutos, adentro, en el aula Benjamín Carrión, 150 personas presenciaron otro acto. Este, quizá, más cercano al poeta. El diplomático Filoteo Samaniego resumió la vida de Carrera Andrade y de dos de sus destacados colegas de generación: Gonzalo Escudero y Alfredo Gangotena.
Para cerrar la jornada, el periodista José Guerra Castillo también evocó al recordado poeta con lo que él mejor hizo: poemas.
Uno tras otro y con música de fondo del maestro Claudio Aizaga, Guerra Castillo declamó doce poemas, todos ellos llenos de inspiración, nostalgia y fuerza.
Y como para llevar la contraria a Carrera Andrade cuando dijo: “Yo sé que cuando muera / dirán de mí: ardió como una brasa / fue ala, raíz, trigo, / mas no encontró el camino de lo eterno”, este homenaje refleja una perennización de una persona que dejó huellas y que pasó a ser parte –como él mismo afirmó en septiembre de 1950– de la “portentosa historia” ecuatoriana.