Una buena parte de la estrategia política de Daniel Noboa fue presentarlo realizando ejercicios físicos intensos. Quienes lo conocen de cerca cuentan que no fue solo maniobra de marketing; que el joven presidente electo es un permanente cultor de varias ramas deportivas y que sus conceptos respecto del valor social e higiénico del deporte son muy sólidos.

Respecto de esto último debemos apelar al testimonio de terceras personas, porque en la campaña no le escuchamos ninguna expresión relacionada con el deporte. No es tan importante, nos dirán los asesores políticos que piensan que hablar del deporte competitivo, o del deporte para todos, no tiene relevancia frente a temas acuciantes como la inseguridad, deuda externa, desempleo, narcotráfico, narcopolítica, corrupción, impunidad y otras lacras. De acuerdo, pero acepten, al menos, que un enorme segmento de la colectividad está pendiente de lo que ocurre en su interior.

Una de las fuentes de recuperación moral de nuestra nación, de nuestra sociedad a la que se despojó paulatinamente de todo sentido de civismo es el deporte bien entendido, que debe ser utilizado para resembrar en la juventud el amor a la patria, a sus símbolos; el respeto a las normas, al adversario y a las decisiones de los jueces, la aceptación de la derrota y la hidalguía a la hora del triunfo; y, en general, muchas virtudes más que tienden a convertir al deporte en una escuela de salud cívica.

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El barón Pierre de Coubertin, renovador del olimpismo, lo resumió así en 1908: “Lo importante en la vida no es el triunfo, sino el combate. Lo esencial no es haber vencido, sino haber luchado bien. Extender estas ideas es preparar una humanidad más valiente, más fuerte, y por tanto, más escrupulosa y más abnegada”. Estas palabras valen tanto como una lección de civismo que tanta falta nos hace.

No estoy seguro de que Daniel (perdone el exceso de confianza, señor presidente electo) lea esta columna, atosigado como está con el tema de la transición, propuestas de alianzas y pactos políticos y los inevitables palanqueos, pero aspiro a que alguien cercano (tiene varios familiares ligados al deporte) le haga llegar al menos unas líneas.

Los últimos quince años han sido fatales para nuestro deporte. Desde 2007 el grupo gobernante adoptó como uno de sus objetivos copar todos los organismos para usar el deporte como instrumento de propaganda política. Esta conducta estuvo inspirada en el nazi-fascismo de los años 30. La captación del deporte con fines políticos empezó en febrero de 2007 con la creación del Ministerio del Deporte.

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No se quitaba aún la careta el proyecto dictatorial que asoló la República. Muchos creímos que se daba un paso beneficioso para el movimiento deportivo nacional después de algunos años opacos. La experiencia, apreciado Daniel, ha sido tan penosa como la de un tsunami. El error ha residido en pensar que el único e imprescindible requisito para dirigir y encauzar el movimiento deportivo de competencias, el deporte para todos, la recreación, el deporte estudiantil, universitario, militar y adaptado es haber practicado alguna vez algún deporte. Ese concepto reduccionista y elemental marcó el principio de todos los males. Para consolidar la apropiación de las entidades del Sistema Deportivo Nacional se dictó en 2010 la actual Ley del Deporte, mediante la cual se estatizó la actividad deportiva y se estableció el predominio de empleados públicos en todos los órganos de decisión integrados, en su mayoría, por representantes de ministerios.

La ley actual fue elaborada tomando como modelo la similar de Venezuela, con asesores de ese país que asumieron el trabajo de redactarla con ajuste al interés oficial. Cualquier sana intención que el presidente electo tenga respecto a darle una orientación más moderna y eficaz al deporte chocará con el iceberg de la Ley del Deporte y los funcionarios enquistados en las entidades deportivas que siguen respondiendo al interés de una casta política. Y sentirá lo mismo que el capitán del Titanic: una sensación de frustración e impotencia ante lo inevitable.

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A mi modesto entender, lo primero que debería emprender el nuevo Gobierno, con la rapidez que aconseja su transitoriedad, es la elaboración de un proyecto de ley que sustituya el engendro pernicioso llamado Ley del Deporte. El dogal de la sumisión política al que se sometió a dirigentes y deportistas, la condición de portar un carné del partido de gobierno para ocupar cargos directivos es una vergüenza que dura hasta hoy.

Un hombre de cultura como el presidente electo, con amplia preparación en ciencias políticas y gran experiencia empresarial, seguro no incurrirá en el error de sus antecesores al escoger al ministro del Deporte. Si Noboa quiere marcar una huella que sirva para consolidar su futuro político, le será muy útil elegir a una persona con amplios conocimientos del deporte, de las estructuras internacionales, de los principios de dirección y administración de las entidades deportivas, del papel y el ámbito de cada una de ellas, de los calendarios competitivos, de las necesidades de los deportistas, técnicos y directivos, del estado y requerimientos en materia de infraestructura y muchos estamentos más.

No garantiza en lo más mínimo que un aspirante a ministro del Deporte haya pateado una pelota, haya manejado un bate o haya montado una bicicleta. La muestra cercana y palpable del fracaso es la del ministro actual, Sebastián Palacios, exdeportista, empeñado desde el inicio de su gestión en una desaforada campaña por construir un pedestal político propio, mientras las federaciones han padecido desatención, abandono y persecución, a excepción de una a la que convirtió en su favorita.

El correísmo creó en 2013 el Plan de Alto Rendimiento, destinado a proteger a los mejores deportistas y a subvencionar su preparación, compra de implementos, cuidado médico y viajes a las competencias. Se habló de un presupuesto de $ 60 millones. Parecía una idea magnífica, pero todo se pudrió cuando se dilapidó el dinero en la construcción, sin ningún asesoramiento técnico, de cinco Centros de Alto Rendimiento que no eran tales y que nunca sirvieron para nada. Luego vino la brutal embestida contra el COE y las federaciones ecuatorianas con lo que se consumó la apropiación total de las entidades deportivas.

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En 2022 el ministro del Deporte anunció, en medio de una fanfarria grotesca, un nuevo Plan de Alto Rendimiento con el que perfeccionó el despojo de la autonomía de las federaciones ecuatorianas por deporte e hizo firmar al presidente Guillermo Lasso un decreto en el que declaraba al deporte como “política de Estado”. Es la más clamorosa tomadura de pelo de la historia. Bastaría preguntar a los dirigentes si sirvió de algo el decreto presidencial.

El deporte nacional está pendiente de las decisiones que adopte el presidente electo y confía en su recto y sano juicio. Un grupo de expertos podría trabajar en un proyecto de nueva Ley del Deporte y su reglamento (el actual es inconstitucional) y un nuevo Plan de Alto Rendimiento. Hay muchos más temas por abordar, pero los trataremos después. (O)