¡Qué raro! Hasta los más obsecuentes propagandistas de la selección nacional han estado de acuerdo en que el encuentro ante Bolivia, pese al triunfo (2-1) con un gol marcado en los minutos de adición, dejó más dudas que certezas; más preocupación que convicción en el futuro. Casi todos se mostraron críticos, menos los encargados del relato y de los comentarios en el canal oficial de televisión que transmitió el juego.

El centenario del Escudo Cambrian

El gol de Kendry Páez provocó un alarido espeluznante en el narrador. Parecía el anuncio de una tragedia más que un festejo. Moderación, señores, celebración, festejo, no exageraciones teatrales ni desmesura. Cumplan con el penoso libreto de engrandecer lo pequeño y reciban su estipendio, pero eludan la obligación impuesta de engañar a un público cuya fidelidad solo espera como pago la pura y simple verdad. Un día los que los siguen, porque no hay otro remedio, van a cansarse y los castigarán eliminando el audio para oír, en radio, una voz más mesurada y menos aparatosa.

Los legendarios punteros derechos, extinguidos

Cuando se jugaban 15 minutos y nuestra selección era un ovillo imposible de desatar, era todo desorden y no había tenido ni siquiera una tímida aproximación a la valla boliviana, el comentarista sentenció: “Ecuador está jugando muy bien y hace rato merece estar en ventaja en el marcador”. Ni los dirigentes de la Federación Ecuatoriana de Fútbol se lo creyeron, peor el cuerpo técnico que seguía la transmisión en una tablet. Un “análisis” del compromiso dirigido a los giles, pero que ya no engaña a la multitud.

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¿Los exfutbolistas son mejores presidentes?

A los 45 minutos gol de Páez, para el 1-0, generó un bramido y una eclosión de los más exagerados adjetivos. Imaginamos al relator con los ojos fuera de las órbitas, las venas protuberantes en la frente y a punto de estallar, las pulsaciones a 1.000 y al borde de un accidente cerebrovascular hemorrágico. “¡Genio, monstruo, niño maravilla!”, fue lo más barato que escuché. Apuesto con quien sea que ni el gol del padre Juan Manuel Basurko en La Plata, ni el de Víctor Ephanor en Machala, ni el trío de goles olímpicos de Aníbal Cibeyra en tres ediciones distintas del Clásico del Astillero, ni el doble sombrero de Alberto Spencer a Peñarol en la inauguración del Modelo provocaron tanto escándalo. Claro, ni Ecuador Martínez, Petronio Salazar, Rudy Ortiz o Alfonso Chiriboga eran capaces de tan desenfrenada barahúnda. Los argentinos ni los catalanes se desgañitaron tanto con el gol de Maradona a los ingleses o el de Messi al Getafe driblando a medio equipo.

Aunque a los 16 años Kendry Páez ya está jugando en primera división, es seleccionado nacional y ha marcado un gol en las eliminatorias, sigue siendo una promesa. Se afirma cada día, pero es un valor en formación futbolística y mentalmente. Los adulos desmesurados van a obrar en contra de su maduración técnica y espiritual. Inteligente como es, aprovechó la pampa que le dejó su marcador, avanzó sin oposición y definió con clase. Todo bien, en ese instante. El resto de su rendimiento fue regular y a tono con el del equipo que jugó uno de sus peores partidos. “¡Niño maravilla, niño maravilla!”, gritaba en torpe euforia el narrador empeñado en bautizar al joven Páez y reclamar luego derechos de autor. ¿Y no es que el Niño Maravilla es el chileno Alexis Sánchez, cuyo apodo le fue plantado en su Tocopilla natal en 1999, cuando tenía once años, y ya destacaba por sus gambetas y sus goles?

En nuestro medio se ha perdido creatividad a la hora de poner sobrenombres a los futbolistas. Eso sobraba antaño y no se copiaba a nadie. Cabeza Mágica le pusieron a Luis Garzón en los años 20 porque, pese a ser zaguero central, salía hasta la mitad del campo con el balón en la testa. Y a su lado alineaba un defensor de gran fiereza y calidad: Efraín Llona, apodado Pantera Blanca.

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A Elí Barreiro, puntero de Patria y luego de LDE, lo llamaron Jojó por su ancestro montubio y en imitación al grito con que se arreaba el ganado en el campo. Enrique Raymondi Chávez fue el Maestro antes que en Argentina se llamara así a Adolfo Pedernera, y el goleador Marino Alcívar fue bautizado como el Rey de la Media Vuelta. Vicente Lecaro, monumental defensa central, fue consagrado para el resto de los tiempos como Ministro de Defensa. Y Washington Muñoz será para siempre el Chanfle.

Después vinieron muchos disparates. A un jugador retaco y melenudo lo llamaron Maradonita; a un centrodelantero de muy medianas condiciones y buena prensa lo motejaron la Saeta Rubia, el histórico apodo de Alfredo Di Stefano, uno de los futbolistas más célebres de todos los tiempos. A un defensa de regulares recursos lo llamaron Mariscal, sobrenombre que llevó hasta su muerte como dueño y señor uno de los zagueros centros más famosos de nuestro fútbol: el milagreño Honorato Gonzabay.

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Volvamos a la Selección. Lograr el cupo a la Copa del Mundo 2026 no tiene los riesgos de las anteriores eliminatorias. Clasifican seis de diez, más un repechaje. Tal vez eso origine la molicie de algunos jugadores que dosifican su esfuerzo. Pese a que sus últimos partidos no han sido para el aplauso, se notó la ausencia de Pervis Estupiñán. La defensa fue desbordada en el segundo tiempo por la débil Bolivia. El medio campo no funcionó ni en el apoyo ni en la contención. Pese a la catarata de elogios que el periodismo complaciente y funcional al interés de la FEF prodiga a Moisés Caicedo, su rendimiento es menor al que se espera de él. Su aporte se mide por dos asistencias. En la primera era obvio que a Páez le abrieron un portón.

La habilitación no fue obra de una jugada de creación o una gambeta que destruyó el recurso defensivo boliviano. Fue un error del marcador al quedarse colgado arriba. ¿El mérito? El control, el desplazamiento de Páez y la definición. Gol de mediocampista. El tanto de la victoria tiene un solo mérito: el disparo eficaz de Kevin Rodríguez. El origen no está en la asistencia de Moisés Caicedo, sino en la pifia de Héctor Cuellar en una jugada sin complicaciones

Adelante todo fue un fracaso. La jornada de Enner Valencia, deplorable. Nos irritaron los agravios del periodismo y la hinchada de Inter de Porto Alegre ante los errores de nuestro compatriota en la semifinal de Copa Libertadores ante Fluminense. Fueron inexplicables en un jugador de su trayectoria. El pasado jueves repitió su desafortunada actuación. Algo pasa con Valencia. O le falta alguien con quien jugar o pasa por un mal momento. La compañía no rinde. Jordy Caicedo no funcionó. Nadie se acerca Enner en sus incursiones. Moisés Caicedo prefiere la marca al apoyo a sus delanteros y a veces desaparece con ánimo hostigado. Hasta hoy, en esta eliminatoria, no ha sido lo que esperamos de un futbolista altamente cotizado. El solo vale en monedas más lo que vale todo el equipo, incluido el cuerpo técnico y la madrina.

Colombia es nuestro próximo obstáculo. Tiene buen plantel y no se amilana con la altura. Saben que están parejos porque los jugadores nacionales, como ellos, son del llano. Tanto que La Paz terminaron ahogados, como ocurre a las demás selecciones. Los relatores de la TV deben preparan sus gargantas con gárgaras de agua y sal mientras el comentarista busca en Google la frase inmortal o el apodo épico. (O)

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