No me preocupa el empate 0-0. Es uno de los resultados posibles y hasta un premio cuando se juega muy mal, como lo hizo Ecuador en Quito ante Colombia el martes. Lo inquietante es la falta de autocrítica del cuerpo técnico de la Selección y la reacción soberbia de un jugador nacional que dispara contra la afición que reclama mejor juego en futbolistas como él, que por vestir la camiseta tricolor gana fortunas y premios.

El rendimiento de la Tri no es todo lo bello que nos vende la televisión. Todo lo que nos cuenta a cada minuto del partido está destinado a vendernos un “torpedo”. Es una trampa emocional en la que cae una gran cantidad de personas que creen más en el cuento que en la realidad. Hemos sido severos al proponer en este Diario la realidad que vemos, sin compromisos con el entorno dirigencial al que un sector del periodismo teme o se adhiere en busca de “favores logísticos”. No es muy simpático para los que ejercen el poder que se les niegue el aplauso que piensan que merecen o que han negociado. Pero antes que agradar está el compromiso ético con la verdad, que es lo que esperan quienes nos leen.

La Federación Ecuatoriana de Fútbol ha tenido errores en la contratación de los DT. ¿Pensaron los dirigentes qué tipo de conductor querían? Es lo elemental: uno que piense en el juego, la creación, en un estilo ofensivo, sin dejar las precauciones defensivas. “Orden para la aventura”, sentenció César Luis Menotti; o uno que salga solo a defenderse, que se niegue a buscar el arco contrario, que prohíba a sus jugadores buscar el gol. Gustavo Alfaro era de estos. Lo denunciaba su ficha futbolística.

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Con el español Félix Sánchez Bas pasa lo mismo. Es obvio hablar de sus antecedentes. Su teoría es el ya desgastado “fútbol directo” que campeaba en Europa hace unos 30 años: fútbol sin engaño; se hace lo que se anuncia. Todos los toques son a los lados o atrás; a nadie le interesa armar la jugada, sino forzarla. El fin es un pelotazo adonde caiga; todos miran la pelota, pero no miran el partido. Acaba de confesar su ideología futbolera después del feo encuentro jugado ante Colombia. Y lo triste es que él cree que está bien y que hay que seguir jugando así.

Para agravar el desolador panorama de esta Selección sin brújula está la postura de los jugadores que aceptan el error del técnico. Les es más cómodo correr adelante, aunque no aparezca la jugada. No hay rebeldía para adoptar otro juego, porque sería arriesgar la convocatoria (da la impresión de que se hace fuera de la oficina del técnico) o la titularidad.

Como en aquella figura en la que el que barre prefiere ocultar la basura debajo de la alfombra, en vez de recogerla y echarla al tacho, aparece la soberbia como recurso oscurecedor. La muestran el técnico y un sorprendente vocero de los jugadores: Carlos Gruezo. Hace años que busco un argumento para justificar sus convocatorias durante nueve años. Hasta he dudado de mi capacidad de análisis. Me he preguntado si tendrá una virtud, o muchas virtudes, que yo no alcanzo a ver o entender.

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¿Estaré perdiendo mi agudeza después de 72 años de ver fútbol por el mundo? Hoy paga su errado llamado a la Selección y la equivocación de ponerlo de titular con frases groseras hacia el periodismo independiente y hacia la afición que rechaza su papel en la cancha y el rendimiento del combinado nacional. ¿Por qué mejor no se pregunta Gruezo cuál es la razón para que siempre lo llamen si no muestra ninguna calidad para contener o apoyar y su recurso más usual es pegarle al adversario?

Me interesa en este rato saber quién es su influyente representante. ¿Es quien aparentemente siempre logra que convoquen a quien no aporta nada al juego y únicamente sabe atropellar al que viene con la pelota? Lo averiguaremos.

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Y finalmente surge el tema de jugar en la altura. Se instaló de modo definitivo en la eliminatoria para el Mundial del 2002, porque la gran mayoría de los llamados jugaban localmente y no necesitaban mayor adaptación. Por otro lado, Brasil, Argentina y Uruguay tenían recelo del déficit de oxígeno. Los demás rivales nunca lo temieron. Veinte años después, la realidad ha cambiado radicalmente. Nuestros futbolistas actúan en el llano, como lo hacen sus adversarios, así que la suerte de los protagonistas es igual: se ahogan todos.

Con Luis Chiriboga se instaló el prejuicio de que insinuar que se juegue en la Costa era atentar contra la patria y sus héroes. No me atrevo a proponerlo hoy, porque ya sabemos del “espíritu cívico” de quienes dirigen o cobran en caja como empleados de la FEF. Lo mostraron en el caso Byron Castillo, cuando le negaron a Diario EL UNIVERSO la acreditación a Qatar 2022 por “conducta antipatriótica”, aunque luego por la presión nacional e internacional recularon

Perdimos dos puntos frente a Colombia, y pudieron ser los tres si Luis Díaz no erraba el penal. Jugamos a nada; por poco nos suicidamos con nuestra propia “altura”; ahora, no nos salvaron ni Supermán ni Niño Maravilla. Empezamos a dudar de nuestro futuro. Con el pelotazo y la soberbia nos quedaremos viendo el Mundial 2026 por televisión. (O)