Medía 1,93, era un basquetbolista metido en una cancha de fútbol. Un cinco de buen manejo que le pegaba con un cañón a la pelota. Surgió en el club del que eran hinchas él y su familia: Rosario Central. Pasó a Racing, a Boca, se fue a Estados Unidos al New York Generals y por una gran actuación allí frente al Santos lo fichó el mismo Santos. Ahí le pasaba la bola a Pelé y Coutinho, nada menos. Pero ya le picaba el bichito de dirigir y se retiró joven. Y, de arranque, el técnico trascendió al futbolista.

Con sólo 32 años le dieron Huracán. Fue en abril de 1971. Sería una decisión histórica para el fútbol argentino. Como el hornero, fue construyendo el nido hasta quedar precioso. Brindisi y Babington venían de las inferiores, a Houseman lo llevaron por dos pesos de Defensores de Belgrano, otros llegaron libres… Así fue armando ese sueño de cualquier hincha llamado “Huracán del ‘73″, una orquesta de cámara, un equipo armonioso que tocaba el cuero de manera celestial. Ya en el primer partido del campeonato goleó a Argentinos Juniors 6 a 1. A varios más les hizo cinco, cuatro… Pero los números eran irrelevantes: lo fascinante era el juego. A Central, en Rosario, le iba ganando 5 a 0 y era tal el espectáculo y la superioridad que la hinchada centralista se puso de pie y empezó a aplaudir. Nunca lo logró nadie más.

Esa obra maestra elevó al joven César Luis Menotti a la máxima consideración y al año siguiente lo nombraron director técnico de la Selección. Argentina siempre había sido un fútbol importante y un semillero del mundo, más nunca concretaba en un torneo grande. Menotti puso condiciones para asumir: que la selección, una entidad desvalorizada, desorganizada, fuera prioridad total. Los futbolistas se negaban a vestir la Albiceleste, los clubes no los cedían, el equipo nacional se juntaba unos días antes de cada torneo y sumaba fracaso tras fracaso. Improvisación total. Menotti cambió la historia del fútbol argentino a través de una palabra: compromiso. Comprometió a los jugadores, a los dirigentes, al periodismo, al país. Y a partir de él el fútbol argentino fue a cinco finales del mundo, ganó tres, fue 6 veces campeón mundial juvenil, conquistó 2 Juegos Olímpicos, 3 Copa América, encabezó en varias oportunidades el Ránking Mundial de la FIFA. Consumó todo el potencial que el país mostraba desde el inicio del siglo veinte. A partir de ese momento, los jugadores se enamoraron de la selección y vienen nadando de Europa si es preciso. Generó una mística que se mantiene cuarenta años después.

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No obstante, por encima de los títulos estaba su prédica, que dio lugar a una corriente futbolística: el menottismo. Esto es, jugar bien, por abajo, respetando la pelota, salida limpia desde el fondo, tocar, llegar en bloque. Orden con creatividad, nunca cortarle las alas de la inspiración al futbolista. No era otra cosa que volver a las fuentes que hicieron grande al fútbol gaucho. Porque hay una manera argentina de jugar al fútbol, que es exactamente la que mostró la Selección de Scaloni en la Copa América y en Catar. Se lo identificó como “el fútbol que le gusta a la gente”. Una verdad de cemento: el hincha gusta de ese estilo, genera orgullo cuando el equipo de uno lo practica.

Claro, para ello se necesita persuadir al actor. Nunca fue un problema, el fantástico verbo de Menotti entraba fácil en los jugadores, poseía un notable poder de convencimiento. “Menotti convencía por seducción, Bilardo por insistencia”, describió Jorge Valdano. Corrobora Faryd Mondragón, el gran arquero colombiano que coincidió con él en Independiente: “Teníamos un zaguero de una garra y fuerza tremendas, aunque no tan técnico. Menotti lo convenció de salir jugando y el Polaco empezó a jugar la pelota al pie, daba gusto. Ver jugar al equipo desde atrás era una delicia”. Faryd contó otra anécdota sabrosa. “ïbamos a jugar un clásico fundamental contra Boca en La Bombonera, que fue el único enfrentamiento entre Menotti y Bilardo. Ganó Independiente 1 a 0. La noche del sábado, serían nueve y media, bajé de mi habitación y al pasar por la cafetería veo a Menotti en una mesa tomando café con sus colaboradores. Me dice: “Venga Faryd, siéntese. Tómese un whisky’. Profe, ¿un whisky…?, respondí. ‘Tómese un whisky, por uno no pasa nada, le va a ayudar a dormir mejor’. Así era, te daba confianza, descontracturaba todas las situaciones. Nunca lo vi enojado, aunque tomaba decisiones fuertes”.

La portada de Sport en homenaje a César Luis Menotti.

Una de esas decisiones, quizás la más discutida de su vida, fue dejar fuera del Mundial ‘78 a Maradona. Aún con 17 años, Diego ya era el mejor jugador argentino junto con Bochini. Y ya había debutado en la Selección. Pero al dar la lista definitiva, de 25 nombres había que sacar tres. Y uno de ellos fue Maradona. Entrevistado esa misma noche, Maradona estaba como aturdido, conmocionado, no salía de su asombro. “Si lo agarra mi familia lo mata, le quieren pegar”, dijo el 10. A Bochini también lo marginó. Luego, Argentina fue campeón mundial y el título tapó la decisión del técnico. Pero le hubiese dado el brillo que necesitó la Selección. Argentina ganó ese Mundial guapeando, con el coraje de Passarella, Kempes, Fillol, Luque, Tarantini, no con el fútbol que proponía el entrenador rosarino. Sucedió lo que nunca: al local le tocó el grupo de la muerte: la Francia de Platini, Lacombe, Genghini, Trésor, Bossis, Battiston, la Italia de Bettega, Causio, Paolo Rossi, Scirea, Gentile, Paolo Conti, Tardelli, Cabrini, la última gran Hungría, la Polonia de Lato, Szarmach, Boniek, Zmuda, Tomaszewski… Y luego Brasil, un Perú con Cubillas, Sotil, Percy Rojas, Velásquez, Muñante, Chumpitaz… Todos difíciles. No alcanzaba con el buen juego, hubo que apelar a la garra.

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Tras ocho años en el banco celeste y blanco se fue a Europa, al Barcelona. Antes de debutar en el Camp Nou declaró en su estilo fluido, elegante, casi literario: “Me siento como un músico frente a un gran escenario”. Los periodistas se arracimaban frente a su presencia esperando las frases aterciopeladas que el Flaco acuñaba. Dirigió a Boca, a River, Independiente (tres veces), a Peñarol, al Atlétivo de Madrid, todos los grandes lo buscaban.

Fue un individuo controversial, que generaba amores incondicionales y odios viscerales. Pero se sentía a gusto en ese mar de la polémica, no lo arredraba. Su enfrentamiento casi irracional con Carlos Bilardo abrió una grieta en el fútbol, ya no sólo argentino sino latinoamericano. El jugar bien o ganar como sea, que encarnaban uno y otro dividió al público, al ambiente del fútbol y, sobre todo, al periodismo. Se era menottista o bilardista. Y eso generaba enconos personales fuertes, hasta la enemistad. Duró décadas la dicotomía.

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Bilardo declaró apenas asumir en reemplazo de Menotti: “En el Mundial 78 no estuvieron Alonso, Bochini ni Maradona, jugadores que responden a esa idiosincrasia (la del talentoso). El Mundial se ganó con (futbolistas más aguerridos, como) Luque, Passarella, Gallego y Kempes”. Menotti, que podía ser de todo menos lerdo: respondió, siempre por los medios. Aprovechó una derrota de Argentina Sub-23 dirigida por Bilardo ante el Valladolid de España y devolvió la pelota: “No se puede jugar un partido al otro día de bajar del avión tras un viaje a Europa. En este plantel había muchachos que gozaban de gran cotización y perdieron prestigio”. Bilardo entró en cólera: “Leí el diario y me enloquecí, me tuve que tomar dos lexotanil, pero nada me hacía efecto. Estaba envenenado”, reconoció. Y al día siguiente le respondió en una conferencia de prensa: “Cuando asumí en la selección lo único que encontré fue una silla y un escritorio. No había carpeta de jugadores, no había calendario, no había contactos, nada. Este país necesita que se hable menos y se trabaje más. Estamos cansados del verso”. Fue el inicio de una auténtica guerra dialéctica y de estilos.

Jugó con Pelé en el Santos, fue amigo cercano de Cruyff, dirigió a Maradona y en su última etapa como director de selecciones nacionales compartía en el predio de la AFA con Messi. A los 85 años, se fue el Flaco Menotti, personaje mundial del fútbol. (O)