Ataques registrados la tarde del jueves 6 de marzo en el distrito de Nueva Prosperina causaron al menos 22 muertos y seis heridos, generando asombro y rechazo en la sociedad guayaquileña y ecuatoriana en general por el nivel de violencia que tuvo.
Este hecho es, según autoridades, parte del conflicto entre dos facciones del grupo de delincuencia organizada Los Tiguerones por beneficios de las economías criminales que se disputan en estos sectores.
Uniformados de la Policía están desplegados en diferentes zonas del distrito Nueva Prosperina luego de los hechos violentos, e incluso el presidente de la República ofreció protegerlos con indultos para que hagan un mayor trabajo en la zona, visibilizando la difícil situación de seguridad.
Ante esta realidad, esto es lo que dicen varios de nuestros columnistas:
Nelsa Curbelo
Hay una escalada de violencia, previsible, porque se han dividido y multiplicado los grupos violentos y actualmente están en todo el territorio nacional. Según especialistas como Fernando Carrión, están involucradas más de 60.000 personas en esos grupos que viven de la empresa narco. Porque el narco es un negocio que mueve ingentes capitales en el mundo, del cual Ecuador es un eslabón importante en la ruta de distribución y movilización a través, sobre todo, de los puertos. Esa violencia produce miedo, pánico en la población y el pedido de mano dura, ojo por ojo, diente por diente. Y acabar con todos los involucrados.
La masacre de la Prosperina, según la información disponible, es una lucha interna entre grupos enfrentados. Eso continuará seguramente con víctimas colaterales. Las mafias además están infiltradas en todas las instituciones del Estado, incluidas las fuerzas que garantizan la seguridad, lo que requiere un saneamiento interno al mismo tiempo que hacen frente a los ataques. Hay además una escalada de violencia que pasa por ataques a policías, periodistas, militares, autoridades e indistintamente a la población civil. Finalidad: provocar caos y pánico. ¿Qué se requiere? Una inteligencia eficaz con las personas mejor preparadas del país, una concertación de autoridades y sociedad civil para hacer frente a la violencia de manera concertada, poniendo primero al país y después los motivos políticos, lo que parece imposible.
Ahora, primero hay que parar esta violencia, pero hay que construir al mismo tiempo una sociedad en que el narcotráfico no sea una opción válida para los jóvenes, para su vida y futuro económico, hay que invertir en educación y proyectos sociales. (O)
Pedro Valverde
Este tipo de eventos ratifican la sensación de inseguridad en la ciudadanía y, lamentablemente, también confirman que los esfuerzos del Gobierno no alcanzan para resolver este gran problema que afecta al país.
Más allá de la campaña electoral y de la publicidad oficial, que comprensiblemente resalta las acciones positivas, así como las falencias de Gobiernos anteriores, es indispensable que, puertas adentro, se revise la estrategia y se hagan los ajustes necesarios, pues no habrá inversión extranjera que crezca en el Ecuador con estos índices de violencia, por más esfuerzos que se hagan para estimularla. (O)
Raúl Hidalgo Zambrano
Entre los efectos están:
El incremento en la percepción de inseguridad debido a los homicidios con armas de guerra a plena luz del día.
La pérdida de respeto y miedo de los asesinos a las Fuerzas Armadas y Policía Nacional, ya que cuando son capturados y entregados a los operadores de justicia están seguros de tener una alta probabilidad de salir libres.
El terror de los ciudadanos de estar en medio de una confrontación armada entre las organizaciones criminales, que matan indiscriminadamente.
La idea de que la ciudad está dividida en territorios repartidos a sangre y fuego por las tribus, clanes o grupos, que se autodenominan con nombres de animales salvajes.
El incremento del criterio de que las fuerzas de seguridad han sido superadas por los sicarios de las organizaciones delincuenciales.
Desplazamientos y abandono de los ciudadanos de bien de las áreas o barrios donde predominan las bandas criminales.
Una incertidumbre generalizada y desorientación en cuanto a cómo protegerse y sobrevivir a esta guerra. (O)
Gilda Macías Carmigniani
Será hace unos 30 años que escuché a una colega colombiana comentar “póngale cuidado que aquí matan por matar”, mientras visitábamos algunas fundaciones ubicadas en algunos barrios populares de Medellín.
Esa frase es lo primero que viene a mi mente ante una masacre como la ocurrida el 6 de marzo en la Nueva Prosperina, que ha dejado 22 personas asesinadas. Matar por matar. No importa si eres menor de edad, si tienes antecedentes penales por robo, extorsión o tráfico de drogas. Tampoco que mates a niños, mujeres, abuelos o a miembros de la banda contraria. No importa si los matas cuando están en la calle, tomando una cerveza, en la piscinita de caucho o adentro de su casa. Mejor si están todos juntos, si son cercanos, si los separan solo unas cuadras, menos trabajo.
Matar porque hay un malestar en la estructura del sujeto que mata. Porque la violencia es un recurso aprendido para sobrevivir al desamparo de su infancia. Porque la pulsión de muerte se desbordó en todo su exceso y se la escogió frente a otros futuros vivificantes. Porque “amar al otro como a ti mismo” no es posible cuando ese otro tiene algo de uno que se rechaza. Porque ya no hay culpa alguna que te contenga.
Matar porque no hay lenguaje que interceda. Porque no hay fuerza pública (aunque el presidente Daniel Noboa prometa defensas e indultos) que los ataje. Porque se perdió el miedo al miedo. Porque la muerte los une a algo, a alguien. O a nada.
A pesar de las fisuras que provocan estos hechos en la convivencia social, que amenazan con dejar en silencio a una ciudadanía horrorizada, debemos mantener el deseo de seguir adelante y mantenernos firmes apoyando a nuestro país. (O)
Irene Torres
Después de que Insight Crime calificó al Ecuador como el país más violento de América Latina, el ataque armado en Nueva Prosperina de esta semana no iba a sorprendernos mucho. A pesar de que una banda en conflicto interno dejó 22 muertos, los continuos asesinatos en las calles y casas del país nos han llevado a perder la capacidad de reacción. Nos vamos sumiendo progresivamente en una convivencia cada vez más agresiva sin que sepamos cómo exigir más seguridad de parte del Gobierno. Las personas con más recursos se apertrechan en sus urbanizaciones cerradas y casas con cable de alta tensión, desde donde ven las noticias de un país que buscan sentir ajeno. Las personas más pobres solo pueden rogar que la banda de turno no las mate por error mientras pierden oportunidades económicas, porque no pueden salir a trabajar o tienen que cerrar sus pequeños comercios. El ofrecimiento anticipado de indulto presidencial a policías y militares por parte del Daniel Noboa solo nos pone en más peligro, porque las operaciones de captura de armas y presuntos criminales son poco más que un intento vano de no perder puntos de popularidad. A cambio de unas fotografías para la prensa, las mafias del narcotráfico sacrifican a sus miembros y recursos de menor valor para seguir ganando terreno donde no apuntan las cámaras de los periodistas. Este ataque implica que la violencia criminal en Guayaquil y el resto del país sigue en expansión; además de afectar nuestra tranquilidad, impacta el desarrollo económico y, por lo tanto, contribuye a la inestabilidad nacional. (O)