Se tuvo notificación internacional del coronavirus SARS-CoV-2 desde Wuhan, China, en diciembre del 2019, de ahí que la Organización Mundial de la Salud al declarar el contagio generalizado lo definiera como pandemia de COVID-19. Cuando transcurre el penúltimo mes del 2021 y nos preparamos para la llegada de un nuevo año, las evidencias parecen pronosticar que el 2022 será el tercer año de pandemia.
Ante esta probabilidad, y con variables en distintos países, la humanidad retoma actividades de manera presencial para tratar de recuperar plazas de trabajo, el sustento familiar y en la medida de lo posible algo de desarrollo, o intenta confinamientos puntuales por nuevas olas de contagio. Chile, a pesar de un repunte de casos, irá a las urnas este domingo para elegir presidente y legisladores.
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A dos años de estar sometidos a medidas de bioseguridad y de un cuidadoso plan de vacunación, para los chilenos, tan preocupante como la propagación del COVID-19 son los resultados de las nuevas elecciones, pues están frescas en la memoria las imágenes de las violentas y sostenidas manifestaciones sociales que llevaron a la redacción de una nueva Constitución, proceso aún en desarrollo.
La población chilena está a la expectativa de que mejoren las condiciones de vida para el ciudadano promedio; en lo económico se espera que se concreten nuevas inversiones para la generación de más y mejor empleo; y los inversionistas están expectantes de lo que el pueblo decida en las urnas mañana y en qué resulte la nueva constitución.
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En ese mosaico de variables, exigencias y polarización social, también tienen cabida los candidatos de ideologías extremas, que no escatiman en hacer ofrecimientos radicales y poco probables de ser llevados a la práctica en beneficio de la población en conjunto.
Chile ha sido por varias décadas un referente para América Latina. Su encrucijada y las respuestas que se ensayen para buscarle salidas deben ser observadas con mucha atención en la región. (O)