En palabras sencillas, resulta deprimente leer las historias de ecuatorianos que han sido víctimas de secuestros en las fronteras rumbo a EE. UU. Y doloroso revisar el crecimiento de envío de remesas a México, que expertos explican que responde en parte al pago de rescate por los raptos.
Los datos del Banco Central del Ecuador (BCE) dan cuenta de un crecimiento del monto de envíos hacia México de un 67 % en el primer trimestre de 2024, en relación con el mismo periodo de 2023, cuando se remitieron 31′285.000 dólares y en los primeros tres meses del presente año 52′275.000 dólares.
En medio de un rompimiento de relaciones diplomáticas resulta aún más complicada la situación. La Cancillería ecuatoriana en comunicados relacionados expresa dar seguimiento a las denuncias. Activa el Consulado de Ecuador en Phoenix, la capital del estado de Arizona, y con la Organización Internacional de Migraciones ofrece retorno asistido a interesados.
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Estas medidas son sobre hechos y es lo propio de todo gobierno prestar respaldo a sus compatriotas en apuros en cualquier país. Pero las olas migratorias del Ecuador no son nuevas: esta es la séptima desde 1950 y las causas son internas, por lo cual requieren de acciones locales, más allá de medidas migratorias que tomen países de paso y receptores de los decididos a dejar su país, su familia... Los migrantes invierten elevadas sumas de dinero en viajes llenos de peligro y entre las justificaciones está que emprender en su tierra se ha vuelto extremo porque enfrentan también secuestro, extorsión y desempleo.
Así las cosas, se vuelve a coincidir en los dos mayores problemas que tiene por resolver el Ecuador: la inseguridad y la crisis económica. En estos debe concentrarse el Estado en su conjunto.
Los ecuatorianos que deciden exponer sus vidas y los que se quedan necesitan que todas las funciones del Estado cumplan con su rol, dejen de lado la confrontación y el afán de poder cuando fueron elegidos para servir y ese fue el compromiso que asumieron. (O)
