Miles de pensamientos se me vienen a la mente, Naomi tenía solo 25 años. El primero es: ¿y si hubiese sido yo? Ese infierno, podría pasarle a cualquiera, no avisa ni se anticipa y sin tener conciencia de la gravedad de la situación llega y se instala como parte de la rutina de vida. Hasta que ese día llega y todo termina. A veces la máscara se cae y se puede salir con miles de heridas en el cuerpo, pero sobre todo en el corazón, pero otras veces, esas heridas te quitan el último aliento.

Pedir ayuda cuando alguien se encuentra dentro de un círculo de violencia psicológica es a veces la decisión más difícil de tomar. La culpa nunca la tiene la víctima, nunca, y ese es el primer paso que el grupo cercano debe entender. La dependencia emocional es tan grande, que es muy difícil salir o entender las señales.

El maltrato psicológico es el primer paso del fin. Escuchaba a Silvia Congost, una de las gurús de la psicología explicarlo claro. Primero te seducen, te encandilan, se aprovechan de cada herida para que nunca sanes y que esa sea su arma contra ti. Te convencen de que todo lo hacen por amor y protección. Te aíslan y te separan de los tuyos, de tu núcleo, de tu vida. El círculo se vuelve tan mínimo, que se reduce a vivir con el enemigo. La humillación y denigración se viven a diario. El resultado de separar tanto a una mujer de sus vínculos cercanos produce más dependencia porque incluso, se encarga de hacerle sentir que es afortunada al tener alguien que la ame tanto, pese a que no vale absolutamente nada y como el encanto se va de manera tan sutil y gradual, es difícil caer en cuenta del nivel de maltrato y menosprecio y la inseguridad crece a la misma velocidad que la autoestima disminuye.

En los momentos más críticos y difíciles, al sentir tanta lejanía de los seres queridos y no tener a quién recurrir, la única persona que queda es quien más daño hace y es la persona que se aprovecha del dolor que genera para crear mayor dependencia por su heroísmo. En momentos de lucidez, que sí existen, pasan ideas respecto a la relación tormentosa y la manipulación, pero es más difícil pedir ayuda por la soledad que se mezcla con vergüenza, confusión, rabia y dolor. Los anhelos, las ilusiones y las metas llegan como flashes. Recordar la audacia, la ausencia de miedos y la pasión sobre aquellas cosas que eran una prioridad y que pasaron al olvido, también. No es casual que este patrón sea tan recurrente, que siempre se trate del mismo modo, se produzca el mismo daño y termine cientos de veces con finales tan desgarradores.

Ser impávidos ante el dolor, mirar para el otro lado cuando vemos que una mujer es maltratada a plena luz del día, difundir o no recriminar los insultos machistas, nos convierte en cómplices. Cinco de cada diez mujeres en el país ha reconocido violencia psicológica, y muchas otras probablemente no se han dado cuenta todavía. El sistema de justicia nos debe y la sociedad nos condena. Este año, los femicidios se duplicaron. Mi único deseo para estas fiestas: ni una menos.

En la memoria de Naomi Arcentales Sabando, que se haga justicia. (O)