Ya es innegable: el gobierno de Daniel Noboa atraviesa una profunda crisis de imagen, que lleva hacia el fondo la popularidad que parecía haber acumulado el joven mandatario, y de la cual será muy difícil reflotar si no se lo planifica con estrategia y, muy importante, dejando que actúen y decidan las acciones a seguir los que de verdad saben, y no el mejor amigo, el incondicional, el o la funcionario/a con vocación de alfombra humana, ni los empleados que a todo te decían sí en el ámbito privado, adornando todo lo que quieres escuchar.
El principal punto de dolor son los apagones, hasta de catorce horas al día en algunos sitios del país. Gigantesco, indignante, repulsivo. Sobre todo para quienes dependen del día a día de su trabajo y no están cumpliendo ni la mitad de sus tareas artesanales o microindustriales, porque los chispazos de energía que llegan hasta sus casas o negocios son mayores en horas de la madrugada, cuando sus colaboradores duermen.
El segundo punto de dolor, y no por ello menos grave, es el castigo sacado de la manga contra la vicepresidenta Verónica Abad, al “suspenderla” 150 días y sin sueldo, a través de una resolución firmada por un mando medio del Ministerio del Trabajo. ¿Una subordinada designada puede sancionar a una mandataria electa por el voto popular? No hay que ser muy brillante jurídicamente para notar que eso es una aberración y que el presidente busca, contra reloj, un motivo para no dejar el poder en manos de quien fue su compañera de fórmula, pero con quien (y le consta al país) la relación está rota desde antes de posesionarse. El tema se ha vuelto un nudo gordiano desde el inicio mismo del noboísmo.
Un tercer punto de dolor está en las relaciones internacionales. Y es bicéfalo. Por un lado tenemos semanas procurando que el gobierno colombiano de Gustavo Petro se apiade de nuestra oscuridad y permita que su país nos venda sobrantes, que los tienen, de energía eléctrica; y por otro lado, el papelón al que se sometió el mandatario como anfitrión en Cuenca de una cumbre iberoamericana a la que llegaron delegados diplomáticos de medio nivel y no mandatarios, y en la que como única opción de rescate fue la llegada y simpatía del rey de España, Felipe, lo que palió en algo el bochorno de haber sido plantado por sus colegas de la región.
¿Un punto más? Sí, uno latente e infectado hace rato como es el del delito organizado, que, por más anuncios de éxitos, sigue con su agenda de sicariatos y secuestros, con la salvedad de que ya no se busca el pánico colectivo, y actúa con una focalización evidentemente estratégica.
Si unimos los puntos tendremos el planteamiento que hago desde el inicio: el presidente atraviesa el momento más álgido, oscuro e incierto que ha tenido desde que asumió el mando y tanto él como su equipo dan vueltas y vueltas en el ojo del huracán, sin atinar en las medidas urgentes. Muchos de esos, funcionarios que están estrenándose en la función pública.
¿Hay salida? Siempre la hay cuando se dejan de lado los intereses, egos y antojos y se actúa de manera seria y responsable. Todavía podría estar a tiempo de que sus ansias de reelección no se vuelvan solo una anécdota. (O)