El año que termina es probablemente el más duro de este milenio en la política nacional. No solo por los horrores violentos que ocurrieron, sino por las pocas respuestas institucionales e incluso sociales a esa violencia ya cotidiana.
Sin duda el magnicidio de Fernando Villavicencio es la marca de sangre que deja manchada por siempre a nuestra democracia. Las absurdas tesis que hasta prófugos propusieron a minutos del atroz crimen marcan la pauta de egoísmo e irrespeto que caracteriza a los poderosos políticos nacionales. No tienen consideración hacia la gente que apreciaba la política del asesinado, sus familiares y en general un Ecuador que merece mucho más que esos carroñeros cuyo fin es la impunidad.
Viñetas de nuestra política: Ecuador encuentra nuevas formas de reinventarse. La inauguración de la muerte cruzada tiene al menos el mérito de romper mitos y temores: ojalá a futuro haya mayor responsabilidad de los que usan esa alternativa. Sin Legislativo por unos meses, el Ejecutivo mantuvo su ineptitud, no resolvió nada. El país no sufrió castigo internacional por utilizar la novel herramienta constitucional como muchos analistas auguraron. El partido que vive para obstruir mientras trata de volver a gobernar perdió la segunda vuelta ante un neófito sin habilidades políticas. Al menos varios personajes del peor Legislativo de la historia no volverán.
Es particularmente desolador ver que estos dos eventos, ojalá irrepetibles en el futuro, no han causado el cambio esperado en los líderes y sus organizaciones políticas. Ni siquiera los electos han mostrado la madurez requerida para afrontar la crisis económica y de violencia que azota al país. No hay el mínimo atisbo de unión para legislar y gobernar contra esos problemas, al contrario, ya vemos el inicio de la próxima campaña electoral con amagues de peleas y pactos de manipulación.
Diciembre, sin embargo, nos regala a los quiteños un Metro que promete una movilidad más digna y segura en la capital. Algo que, penosamente, ha tardado mucho en implementarse debido a la debilidad de alcaldes que no comprenden que la ciudadanía es el apoyo para la reorganización del sistema de transporte, no las empresas privadas de buses y taxis. Si los alcaldes dejan de actuar para las cámaras y con la vista puesta en su reelección, tendrán la posibilidad de hacer bien su trabajo y seguir en la política, para ello deberán salir del gueto de sus partidos, improbable.
La fiscal Diana Salazar muestra cómo una mujer afro de orígenes humildes es más valiente y capaz que la gran mayoría de los hombres que han pasado por ese y todos los más altos cargos estatales. Sus acciones iluminan la senda de reestructuración del sistema judicial que hace tanto tiempo es la causa principal de la mayoría de las desgracias nacionales por mantener impunidad ante la corrupción. Ojalá este impulso contagie a las facultades y gremios de leyes para que con ética y valentía se cure no solo las metástasis de la infiltración narcodelincuencial al sistema judicial, sino de los políticos manipuladores de esa función primordial e independiente de la República. (O)