Una guerra mundial es, parece obvio decirlo, una conflagración bélica que tiene por escenario todo el mundo, ¿no? El primer conflicto armado con esas características fue la Guerra de los Siete Años, un lapso que va del 1756 a 1763, en la que hubo batallas prácticamente en todos los continentes y cuyas consecuencias también abarcaron todo el orbe. La segunda sería el conjunto de las llamadas Guerras Napoleónicas, un largo enfrentamiento intermitente, que se inició en 1792 con el choque entre la Francia revolucionaria y las monarquías absolutistas europeas, que empalmó con la fase propiamente napoleónica desde 1799 hasta la batalla de Waterloo en 1815, que puso fin a este sangriento episodio, con acciones y repercusiones en todo la Tierra. Según esta reclasificación, las conocidas como Primera y Segunda guerras mundiales pasarían a ser la tercera y cuarta.

¿Qué nos pasa?

Algunos analistas consideran que la Guerra Fría entre Occidente y el bloque comunista fue la Tercera Guerra Mundial, o la quinta de acuerdo con el ordenamiento aquí adoptado. Por más que las mayores potencias, los Estados Unidos y la Unión Soviética, no llegaran a batallar directamente, de manera larvada se enfrentaron permanentemente en decenas de “puntos calientes”, donde sus aliados encubiertos o evidentes se enfrascaban en pugnas que en ciertos casos duraron varios años y produjeron miles de muertos. Vietnam y Afganistán son los mejores ejemplos de estos letales encontronazos. Además, agentes de la CIA, la KGB y otras dependencias de las naciones implicadas se mataban en calles y caminos, mientras sus gobiernos se saboteaban mutuamente con toda clase de medidas y contramedidas económicas, diplomáticas y políticas. Cuando cayó el muro de Berlín, en noviembre de 1989, marcando triunfalmente el fin de la Guerra Fría, el mundo creyó haber llegado a una era de paz, libertad y prosperidad. Hasta se habló del “fin de la historia”. Al derrumbe de la Unión Soviética siguió el colapso de la mayor parte de los regímenes comunistas y la apertura de China Popular a una economía de mercado y a ciertas reformas democráticas.

La competencia de los líderes

Las esperanzas se esfumaron en menos de dos décadas. En Pekín se entronizó al autocrático emperador Xi, mientras el Kremlin caía en manos del expesquisa de la KGB Vladimir Putin. A paso lento, pero continuo nos involucramos en una nueva Guerra Fría, en la Sexta Guerra Mundial, con puntos ardientes en Ucrania, Yemen, Israel y otros menos conspicuos, pero no por ello inocuos, en países del Cáucaso y África. La pregunta es, ¿pasaremos de las hostilidades disimuladas a combates abiertos, o peor, nucleares? Todo puede ser, pero sigue siendo improbable que se usen armas atómicas porque la mutua aniquilación estaría garantizada. Sin embargo, hay un aspecto poco contemplado de esta situación, es la renuencia de China a alinearse con Putin en Ucrania, a pesar de que los dos regímenes despóticos parecen cómplices naturales. La oligarquía comunista china está azuzando a Moscú a lanzarse a una ofensiva total contra Occidente, en la que ambos bandos terminarían destrozados y así el imperio rojo emergería como incuestionable dueño del planeta. (O)