¿Habrá gobernante o aspirante a serlo, legislador, juez o funcionario, que, en intervención o pronunciamiento público, de primera, si falta a la verdad, exprese “estoy mintiendo”? No lo hace, porque es parte de su accionar.

Puede ser que luego lo confiese, porque es o puede ser descubierto o porque se arrepiente. A veces hay lo grotesco del mentiroso insolente, que diga “¿y qué? otros lo hacen y nada pasa”.

También puede ser que no se diga la verdad, porque quien exprese algo no la conocía, en un escenario en que preguntantes y otros concurrentes, de haberlos, tampoco la saben o no se atreven a refutar al que hizo un pronunciamiento que luego se señala que no es cierto. Si aquello es una constante en su actuación, se trata de un farsante.

Y hay los casos de aquellos con espacios de poder que, conociendo la verdad, expresan “mentiras piadosas” para evitar una reacción de posibles afectados, de modo que cuando se produce el siniestro que pudo evitarse o atenuarse, o la afectación dañosa, los perjuicios reales son mayores, porque no se tomaron precauciones.

La manipulación y la demagogia se suman a la mentira. Afirmaría que son inseparables, más cuando se está en campaña electoral.

Impresiona que en Estados Unidos ciudadanos en el poder o en su entorno o que aspiran a serlo, “admiten” o “explican conductas ilícitas” o tienen que rendirse ante evidencias y se transparentan los procesos. Ahí está el caso de Donald Trump, el actor más significativo de la amoralidad desbordada en su conducta personal y en el comportamiento tributario, pero con carisma en la derecha norteamericana, porque en varios temas, aborto, migración y otros, asume posición de puritanismo y anticomunismo, aun cuando se declara amigo de Putin, que alimenta con recursos y logística a la “izquierda” latinoamericana, anunciando con audacia que, de triunfar él en noviembre del 2024, antes de la posesión de la Presidencia, habrá presionado para concluir el conflicto generado por la invasión de Rusia a Ucrania, aun cuando este último debe aceptar que algo del territorio ocupado por Rusia debe perderlo. Y está el caso de Hunter Biden, hijo del presidente en ejercicio (Joe Biden) de los Estados Unidos, procesado por delito de falsas declaraciones para adquirir y portar armas, ocultando ser consumidor de sustancias prohibidas. Y el del alcalde de Nueva York, Eric Adams, acusado por la Fiscalía de cargos de soborno, fraude y solicitud de donaciones ilegales al Gobierno turco para su campaña a la Alcaldía.

En el Ecuador, se abren procesos, pero el narco poder, por el proteccionismo recibido, consolida espacios. Les debo reproducir las denuncias de Pancho Huerta, años atrás, sobre lo que se venía en el Ecuador.

Yo creo en la descentralización y en la autonomía, pero con madurez de los actores, para coordinar en las decisiones y en la ejecución de estas. Tales actores no deben ser serviles ni conspiradores contra el gobierno central. No fue descentralizar hacer de Montecristi la sede de la Asamblea, cuya constitución fue copiada de un modelo para burlarse de la democracia, lo que en su momento lo denuncié. (O)