Hace poco una mujer mayor me dijo: “No te olvides de vivir”. Parecería una frase obvia porque mientras respiramos sentimos que vivimos, pero no es así. El concepto es mucho más profundo. Fue un recordatorio de no permitir bajo ningún concepto que la vida se nos vaya sin haberla vivido de verdad, pero ¿cómo es esto? Fácil. Cuando nos volvemos padres, creemos que nuestra vida debe girar alrededor de nuestros pequeños e indefensos hijos; los vemos crecer, pero no aceptamos que crecieron y creemos que nuestro tiempo y dinero deben irse detrás de ellos, pensamos que su felicidad es la nuestra, y con eso basta, pero no.
De esta manera, llega un momento en la vida de las personas, especialmente cuando dejamos atrás los 50 años, en el que debemos empezar a pensar en nosotros, en el tiempo de calidad que compartimos en pareja, en la búsqueda de nuestra felicidad, en desarrollar actividades que nos traigan bienestar, más allá de nuestro rol de padres. Para esto, es necesario soltar la culpa por creer que destinar algo de dinero para nosotros es un error. La sociedad nos ha confundido y ha creado la falsa imagen del padre bueno, asociada a un cajero automático y el de la madre amorosa, con la de una eterna sacrificada, pero esto es un error.
En tiempos actuales, los chicos con más de 25 años que trabajan, viajan, gozan, pero viven con sus padres, deben enterarse de que, con su edad y libertad, también es fundamental asumir ciertas responsabilidades y compromisos económicos dentro del hogar, sino ¡qué bello creerse independientes bajo el techo seguro de mamá y con el dinero de papá! Mientras imaginan que los padres deban envejecer conformándose con verlos disfrutar, pero me niego a una vida desperdiciada, me resisto a repetir la frase de Borges que se desprende de su poema Remordimientos: “He cometido el peor de los pecados que un hombre puede cometer. No he sido feliz”.
Por tanto, creo que este es el mejor momento para que los padres, divorciados o casados, recuerden que están vivos y que es necesario disponer con intensidad de esta vida que se nos va más rápido de lo que quisiéramos. Tengamos claro que el regalo de la vida debe disfrutarse todos los días a plenitud y los hijos deben abandonar pueriles individualismos para, desde el amor, dejar que sus padres también gocen los momentos que les quede de vida. Recordemos que la vida tiene un momento para todo y todo tiene su momento, hay un tiempo para sembrar y también otro para cosechar, uno para estudiar, otro para trabajar y deleitarse de lo trabajado, uno para invertir dinero en educar niños y otro para disfrutar del dinero trabajado. Es nuestro derecho y no podemos sacrificarlo por nadie; de hacerlo, este acto solo traerá frustraciones y tristeza.
Finalmente, el ser humano madura cuando acepta que ser feliz no es un acto de egoísmo, sino de amor propio, y no permite que nadie se lo quite. Tengamos muy presente que la vida se va con prisa y es necesario ser actores de la propia y no quedarnos como simples espectadores de la de nuestros hijos. Corolario, me quedo con las palabras de Hellen Keller: “La vida es o una gran aventura o nada”. (O)