El Informe 2023 generado por la Corporación Latinobarómetro determina que América Latina vive un proceso de recesión democrática, entendida como una reducción importante en el nivel de apoyo que muestra este sistema político en diferentes países de la región, dado el aumento de la pobreza y desigualdad que acentúa la conflictividad social al mantener insatisfechas las crecientes demandas de la población. A esto se suma el desencanto que viven los pueblos frente a la democracia representativa, escenario en el que las autoridades antes que trabajar de manera eficiente por el bien común actúan –en muchos de los casos– en función de intereses personales o de grupo. Como resultado de eso se evidencia una abierta desconexión o brecha cada vez más amplia entre gobernantes y gobernados. Por eso el marcado grado de insatisfacción con la democracia que, en el caso de nuestro país, se ubica en el 87 %, superado únicamente por el Perú con el 91 %.

En el Ecuador, según este estudio, apenas el 37 % de los consultados cree que la democracia es preferible a cualquier otra forma de gobierno, lo cual está muy por debajo de la media regional que se ubica en un 48 %; además un 37 % se muestra indiferente al admitir la posibilidad de un régimen democrático o uno no democrático. A esto se agrega un segmento creciente del 19 % de ecuatorianos que piensa que un gobierno autoritario puede ser incluso aceptable. Y, es más, de forma preocupante, hasta un 50 % de los ecuatorianos apoyaría a un gobierno militar, lo cual está por arriba del promedio latinoamericano que se sitúa en un 35 %.

¿Puede funcionar la democracia sin partidos? El 59 % de ecuatorianos cree que sí, revela informe de Latinobarómetro

Resulta claro el escenario de recesión democrática, donde además los partidos políticos han perdido su norte al degradarse a la condición de mercancías, es decir, de meras empresas electoreras; favorece el aparecimiento de autoritarismos y neopopulismos de toda laya que han brotado por aquí y por allá y que se apuntalan en personalismos generalmente representados por ‘iluminados’ o predestinados que suelen alimentarse de egos desbordantes y de un patológico resentimiento social, lo cual condiciona la calidad de los regímenes, más aún, cuando los pesos y contrapesos que caracterizan a una democracia sana no funcionan y el accionar gubernamental se torna torpe y opaco al estar contaminado por una corrupción desenfrenada.

(...) hasta un 50 % de los ecuatorianos apoyaría a un gobierno militar... arriba del promedio latinoamericano...

Consecuentemente, en ese estado de debilidad de la democracia latinoamericana, el mandante pierde su jerarquía, en virtud de que quienes detentan el poder político y económico actúan con base en sus propios y mezquinos intereses, borrando la línea que delimita con claridad lo que es público y privado.

Tanto es así que en el reporte Latinobarómetro se responde con nitidez a la pregunta: ‘... ¿Quién manda en las democracias latinoamericanas? Mandan el dinero, los personalismos y el poder político. Quien menos manda es el pueblo, que debería ser el soberano. Se ha diluido la polis y no hay demos...’.

No obstante, y más allá de este desolador panorama, se torna vital e imprescindible la defensa de la democracia, ya que este sistema político sigue siendo preferible a cualquier otra forma de gobierno. (O)