En los colegios, durante los recreos suelen estar profesores asignados haciendo turnos de cuidado, que son más bien una presencia adulta por si algo pasa, pero ese algo nunca está definido; a veces se trata de niños enojados porque van perdiendo en el improvisado partido de fútbol que han organizado o chicos que se levantan, olvidando su basura. Usualmente termina el recreo sin mayor novedad y estos profesores culminan el turno pidiendo a los niños que regresen a clases, pero hay días en que me detengo a reflexionar sobre el verdadero papel del profesor.
Hace poco, estaba conversando con una amiga que hacía su turno dentro del área que separa con unas puertas las aulas del patio de juegos. De repente, vi pasar por fuera a una persona que quiero mucho y salí a saludarla, cuando escuché a mis espaldas la orden de que las puertas debían permanecer cerradas para los alumnos a pesar de que el recreo ya estaba por terminar y debíamos volver a clases. Entré para ver qué había pasado y vi algunas profesoras alrededor de una niña en el piso. El corazón se me paralizó. Me acerqué y vi cómo una profesora sostenía a la niña y usaba sus brazos como si fuera una almohada para que ella pudiera descansar su cabeza mientras le hablaba para calmarla. La vicerrectora y otras profesoras se organizaron y siguieron protocolos de cuidado hasta que la niña pudo levantarse, se la ayudó a sentarse en una silla de ruedas y se la trasladó a la enfermería, donde esperó a que su madre la recogiera. Después de esto, se abrieron las puertas para el acceso de los demás alumnos y el día continuó, pero me quedé con la imagen de mi amiga sosteniéndola todo el tiempo y luego ayudándola a levantar. Cuando pude hablar con ella le pregunté sobre el tema y me dijo: “Ya me iba, porque el turno terminaba, pero se acercó diciéndome: ‘Creo que me va a dar algo’”, y luego todo fue muy rápido.
De esta manera se reafirma en mí la convicción de que ser profesora no es solo pararse frente a muchos chicos para transmitir conocimientos, potenciar habilidades y limitarse a lo académico. Implica fundamentalmente la parte humana. Además, estoy convencida de que es una profesión que tiene que tener como elemento principal la vocación; solo de esta manera se pueden sortear los problemas de todo orden con los que un docente batalla diariamente. También creo que, cuando un grupo humano logra volverse equipo, las cosas empiezan a fluir de tal manera que el peso de las responsabilidades administrativas por cumplir se vuelve más ligero. Recordemos que ser profesor también incluye un papeleo que muchas veces suele ser desgastante, pero todo oficio tiene una parte que enamora y es la que nos mantiene en ello; y otra, es el equilibrio, que nos recuerda que no estamos de vacaciones.
Corolario. Ese día llegué a mi casa agradecida por el equipo de trabajo al que pertenezco y orgullosa de Andrea y de este grupo de mujeres que supo actuar acertadamente en el momento en que esa niña nos necesitó. Como dice Sidney Hook: “Todo el que recuerda su propia educación, recuerda a sus maestros, no los métodos o técnicas. El maestro es el corazón del sistema educativo”. (O)