La noche del 15 de abril en las calles 41 y Chambers, en el suburbio de Guayaquil, el chofer de un bus fue asesinado. Dos personas fueron señaladas como culpables, uno de 24 años y el otro, un adolescente de 14.

Conductor de bus fue asesinado durante asalto en el suburbio de Guayaquil

El propósito de este artículo no es opinar sobre el aspecto legal, sino compartir una reflexión sobre el hecho de que alguien de 14 años participe en un asesinato.

Todos los seres humanos nacemos iguales, al salir del vientre materno lloramos, todos mojamos los pañales, avisamos con lágrimas sollozos, gritos y movimientos que tenemos hambre, nos agrada sentirnos en el regazo de nuestra madre. Meses después gateamos por casa y luego intentamos ponernos de pie y caminar. En este momento, empiezan las diferencias, unos caminan en piso de baldosa, cerámica o mármol, algunos en madera y otros en caña o en tierra. Algunos comen papillas de las ricas frutas de estación, otros comen lo que es más barato.

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El tiempo pasa y llega la edad escolar, hay niños que van a escuelas privadas de excelencia, otros, a las escuelas públicas y algunos, a ninguna. Sin embargo, la escuela es nuestra incorporación al sistema educativo cuyo objetivo se define como “el desarrollo integral y armónico del ser humano”. Allí lucen el uniforme, encuentran amigos, desarrollan su capacidad de pensar y si el proceso está bien manejado, evolucionan positivamente su creatividad, su sociabilidad, su afectividad y aprenden a decidir, de acuerdo a sus valores y el buen uso de su libertad.

La preguntas es si su situación socioeconómica fuera distinta, ¿sería tan fácil reclutarlos?

Pero hay niños que no pueden tener uniforme, ni quien les compre libros y materiales de trabajo escolar y si se matricularon, a corto plazo, abandonan la escuela por razones económicas y porque la situación familiar requiere que contribuyan. Entonces, la calle se convierte en su hábitat. Empiezan pidiendo dinero, luego vendiendo frutas, gafas, lo que consigan, siempre deseando vivir de otra manera, tener los juguetes que otros tienen, ir a la escuela con uniforme, comer tres veces al día, no ver en su casa las angustias y hasta malos tratos cuando no se consigue el dinero para la comida.

Hasta que alguien le ofrece mejor paga por vender algo que hace que las personas se sientan felices, según le dicen. Si es bueno vendiendo, recibe mejor remuneración y quienes le facilitan la mercancía y le pagan, ven al adolescente como alguien a quien pueden entrenar para otras tareas.

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Las diferencias siguen. Mientras unos terminan la educación básica y se preparan para el bachillerato, otros son entrenados para matar, ya no quieren juguetes, entonces usan y quieren armas.

Más tarde, unos van a la universidad y reciben sus títulos académicos y otros reciben el de sicario. Los unos instalan sus oficinas o logran buenos empleos, los otros han conseguido los bienes materiales que añoraban, pero terminan en la cárcel y pierden todo, a veces, hasta la familia y la vida.

Las preguntas son, si su situación socioeconómica fuera distinta, ¿sería tan fácil reclutarlos? ¿La lucha contra la pobreza no sería el mejor antídoto? Si es así, es lo prioritario. (O)