La nuestra es una época preocupante y contradictoria, pues así como hemos realizado notables avances en el conocimiento científico y tecnológico, así mismo parece que estamos padeciendo una sequía de las ideas y un apagón de los argumentos, lo que erosiona la razón, como si el sentimiento ensombreciera el pensamiento. Los conceptos, que antes daban solidez a nuestras posturas, se ven cada vez más amenazados por las ocurrencias ideológicas de pequeños grupos que ya no quieren ver el mundo y el universo, sino solamente unos pocos metros cuadrados en los que se mueven ellos y sus propios intereses.

Volver a frecuentar las obras de la cultura, de las artes y de las letras que perduran a lo largo de los siglos es un gesto que nos sigue planteando preguntas cruciales, que no solo se refieren a una coyuntura particular, sino que son fundamentales para iluminar la vida entera. En 1937 la pensadora francesa Simone Weil (1909-1943) publicó el artículo “No empecemos otra vez la guerra de Troya”, en el que, al tratar de asimilar la lección griega de la Ilíada de Homero, plasma una de las reflexiones más emotivas y convincentes sobre el sentido –o el sinsentido– de las guerras, tanto las que libran las naciones como las personas.

Weil invita a releer el poema homérico, invita a no olvidarlo, invita a tenerlo a la mano porque, según ella, esos versos nos muestran que las batallas despiadadas que libramos, casi todas las veces, van diluyendo los motivos del enfrentamiento hasta el punto de que, en una guerra, los contrincantes terminan por no saber por qué se está peleando. Durante diez años los aqueos asediaron las murallas de la gran ciudad de los troyanos hasta que finalmente vencieron su resistencia y devastaron la ciudad, produciendo un inmenso dolor que hasta hoy nos llega y que perdura en el nacimiento de la literatura occidental.

¿Por qué se batalló tan sangrientamente, por qué ardió Troya? ¿De verdad la disputa mortal fue por la hermosa Helena, la esposa del rey Menelao, seducida y raptada por el apuesto Paris? Weil piensa que hay una desproporción entre la persona de Helena y la conflagración monumental que aniquiló a miles de ambos bandos y que terminó arrasando con ancianos, mujeres y niños en Troya, y que, por tanto, “nadie podía definir entonces ni nunca el verdadero motivo de la guerra, pues no existía”. Para Weil, “a lo largo de la historia humana se puede verificar que los conflictos más encarnizados son, sin comparación, aquellos que no tienen objetivo”.

La reflexión de Weil se dio en los albores de la Segunda Guerra Mundial que tanto horror y espanto trajo a nuestros abuelos y padres, pues el resultado de la contienda terminó siendo el aplastamiento inmisericorde del otro considerado enemigo. En muchas ocasiones peleamos por palabras con contenidos vacíos (prestigio, economía, seguridad nacional) que no son más que pretextos para favorecer la lucrativa industria de la guerra. Pero la enseñanza de Weil, sostenida en las lecciones de la historia, también nos interroga sobre las guerras de Troya que cada uno va librando en ámbitos cotidianos tan preciados como el trabajo y el hogar. (O)