La lista de problemas que vivimos es muy grande. Una de las complicaciones es que varias de esas complicaciones tienen como factor común a la corrupción y algunos políticos. Veamos: muchos de nuestros “concursos” para elegir a importantes autoridades del Estado han caído en el más terrible desprestigio.
Uno de ellos está fundido antes de que empiece: el concurso para elegir al fiscal general del Estado. La obsesión por la fiscal general llevó a la destitución de un penalista de alto nivel. Las normas para llevar adelante tal concurso han dado lugar a los más variados conflictos. Ese cargo es algo así como la joya más valiosa de la historia de nuestra República. El partido político que se apodere del mismo tendrá muchas batallas ganadas. Me pregunto: ¿ese apoderamiento es compatible con el interés general?; ¿es eso lo que la sociedad necesita? No. El ciudadano común y el rico anhelan vivir en paz, lejos de los conflictos que nos agobian a todos. Circulan en las redes muchos videos que representan con claridad que vivimos en zozobra. La tensión por la inseguridad ha llegado al límite.
La persecución política judicial genera grandes odios y resentimientos que envenenan el alma y dejan secuelas de largo plazo. Solo quien ha sido víctima de esa persecución o de graves injusticias puede comprender la magnitud del daño que produce el manejo de la justicia. Cuando la persecución produce cárcel el tema es aún más grave. El manejo de la justicia es tal vez el poder más buscado. A la larga todo poder es efímero. A veces dura más, a veces dura menos, pero siempre es transitorio. Sinceramente creo que no vale la pena perseguir a nadie por razones políticas. Además, no olvidemos que el mundo da vueltas. Hay que perseguir judicialmente a quienes ven en la función pública una fuente de enriquecimiento; a quienes incendian los bosques; a quienes torturan y mutilan a los secuestrados por no pagar el “rescate”; a los abusadores infantiles; a tanto maldito que anda suelto por ahí.
La magnitud de nuestros problemas exige mucha solidaridad, compasión, empatía. Hemos llegado al punto que solo nos interesa sobrevivir, que nuestros familiares estén a salvo, que lleguen a casa sin problemas. Increíble, pero es verdad. Nuestros problemas exigen que tanto las autoridades como los ciudadanos/as nos juntemos. Por lo demás, cada cierto tiempo se ponen de moda temas superados. Así, la concepción de la soberanía. Esta originalmente constituyó un concepto muy rígido, de la mano de Adolfo Posada. Pero resulta ser que desde hace décadas se acepta que la soberanía es delegable. La jurisprudencia del Tribunal Andino de Justicia ha sido elocuente. Tanto es delegable, que el artículo 419 numeral 7 de la Constitución dice que la ratificación o denuncia de los tratados internacionales requerirá la aprobación previa de la Asamblea Nacional cuando “Atribuyan competencias propias del orden interno a un organismo internacional o supranacional”. Es decir, las competencias genuinamente estatales van a parar a organismos internacionales o supranacionales. Por Dios: ¡o resurgimos o nos hundimos! (O)