Ecuador se encuentra en paz luego de la prolongada campaña electoral que saturó el partidismo político. El triunfo inobjetable y contundente del presidente reelecto Daniel Noboa ha dado lugar a un renovado optimismo sobre el futuro del país en democracia y libertad. Los reclamos infundados de fraude son una mezquina reacción de los malos perdedores. Finalmente, la mayoría de los dirigentes de la RC ha admitido con resignación su aplastante derrota.
Apenas su líder, más solo que nunca, intenta ventilar su amargura agitando el reclamo de un puñado de zoquetes del socialismo del siglo XXI, destacando el dictador venezolano Nicolás Maduro y sorpresivamente el presidente colombiano, Gustavo Petro, quien en un nuevo brote sicótico exige la presentación de actas que, por lo demás, han sido validadas por una multitud de observadores internacionales. El señor Iza, con cierta vergüenza, ha decidido refugiarse en algún remoto páramo para no dar cara ante la responsabilidad de dividir al movimiento indígena en provecho de protervos intereses.
Pasar del virtual empate técnico de la primera vuelta a la debacle en la segunda no supone una explicación trabajosa. Hubo un mejor control electoral, no se permitió el pago del voto fotografiado y, por otro lado, un exceso de confianza que condujo al correísmo a errores crasos. La propuesta de los “guardianes de la paz”, a todas luces una fuerza de choque con fines represivos, la ambigüedad del discurso sobre los ecuadólares y la grave acusación en la TV rusa del tándem Correa-Patiño respecto a que el Gobierno norteamericano se apoderaba fraudulentamente de fondos ajenos. El desenlace fue que de 1,5 millones de electores indecisos, casi ocho de cada nueve se fueron con Noboa y apenas uno con Luisa. Sencillamente, el pueblo ecuatoriano votó bien, consciente del riesgo de volver al pasado.
Ante hechos consumados, le corresponde al presidente reelecto una profunda reflexión sobre el momento que atraviesa el país y cómo atender las demandas insatisfechas de la población. Aun cuando el relevo vuelve a su mano, es un nuevo comienzo de características distintas al anterior. Cuando sobrevino el desenlace de la “muerte cruzada” tuvo que estructurar un Gobierno al apuro. Ahora tiene más tiempo para recapacitar.
En principio, debe de haber una renovación del equipo gubernamental. Nadie mejor que él conoce de sus fortalezas y debilidades. Oportuno aconsejar un espíritu de autocrítica a fin de relanzar un régimen que enfrenta expectativas y promesas todavía por cumplir al cabo de año y medio. El país necesita urgentemente de un buen Gobierno que convoque a la unidad y la paz, tan amenazada por el narcoterrorismo y sus socios de la narcopolítica que actúan de la mano con una justicia corrupta.
De ahí la importancia de cerrar filas en torno al liderazgo de Noboa para coadyuvar a los objetivos de una mayor seguridad nacional e institucional. Un apoyo que deberá afianzarse según los avances de la reforma política, económica –y a la vez de la empoderada burocracia de mandos medios– que resulta impostergable. El tiempo de la constituyente deberá evaluarse, según la capacidad de maniobra de ADN en la Asamblea Nacional. (O)