Algunas personas han elegido la carrera de Lengua y Literatura simplemente porque les gustaba leer. Ese fue mi caso; mucho después descubrí sus posibilidades laborales. Una de las ventajas de la lectura sistemática es el orden del desarrollo artístico y sus amplias ramificaciones. Entre las raíces occidentales de ese enorme árbol figura la cultura griega.
La cultura griega, dicen los historiadores, tuvo algunos factores a su favor: un territorio volcado hacia el mar, que hizo a sus habitantes diestros marinos; un idioma bello y flexible; una mitología de rica vertiente imaginativa que los llevó a convivir con sus dioses; en cambio, lucharon contra unas tierras de escasa agricultura, su temprano concepto de ciudad-Estado les impidió unirse y los enfrentó entre las comunidades de su península y fueron apetecidos por extranjeros, como el Imperio persa.
En medio de esas características desarrollaron una civilización admirable de la que somos herederos. Con Homero, escritor del siglo VIII a. C., tuvieron hechos y lecciones de conducta de las que sentirse orgullosos (La Ilíada y La Odisea eran los libros sobre los cuales se erguía la educación de un ciudadano), con gobernantes como Solón y Pericles ganaron en leyes y ejercitaron la democracia en el ágora, donde todos tenían derecho a opinar (para lo cual aprendían el buen decir: la elocuencia estaba al alcance de sus bocas). Así y todo, Esparta y Atenas, las más grandes ciudades, se enzarzaron en un enfrentamiento que les minó la vida durante 28 años: la guerra del Peloponeso.
Para entonces, vivía Sócrates entre los atenienses y reunía en su torno a los jóvenes que aprendían a pensar oyéndolo, lo que le costó la vida (acusado de corromper a la juventud): ya la tragedia había dados excelentes frutos en la obra de Esquilo y Sófocles, Fidias había esculpido las estatuas de Atenea y las cariátides del Partenón y Pericles era admirado porque había terminado su gobierno de veinte años con iguales bienes materiales con los que empezó.
Todo esto y más está en la novela Timandra (1994), de Theodor Kallifatides, griego, de 88 años, radicado en Suecia y que ha sido candidato al Premio Nobel, quien ha utilizado su admirable heredad cultural para escribir novelas, en varias ocasiones. En esta, ese nombre femenino, que casi no guardó sobre sí historia porque era de mujer, toma la voz narrativa para adentrarnos en ese mundo de hombres que ella frecuenta porque es una hetaira inteligente –de lo contrario, como esposa y madre de familia habría estado exiliada de las reuniones masculinas-, a quien le interesa todo lo que oye y que es testigo y participante de cinco décadas de acaeceres políticos. El protagonista heroico es Alcibíades, personaje de El Banquete, de Platón, un hombre frívolo, mientras en las guerras es un adalid y en el lecho, el compañero adorado de Timandra. El que ella esté enamorada del gran soldado no la engaña respecto de sus veleidades y fortalezas.
Elegir a una mujer, cuando la sociedad les negaba puesto, como la conciencia que narra y juzga a los filósofos, artistas y políticos, es la primera novedad de esta preciosa novela, que incluye otras en la ya típica hechura de la novela histórica: los acontecimientos son pasados, pero la mirada deja traslucir con nueva óptica un tiempo que quedó atrás. (O)