Macondo es un lugar ficticio donde transcurre la novela titulada Cien años de soledad, escrita por Gabriel García Márquez y ahora disponible como serie en Netflix. Según los entendidos, esta novela es una obra maestra del realismo mágico, un estilo literario que mezcla lo real y lo fantástico y donde los elementos mágicos se presentan como parte natural de la realidad.
Macondo es una aldea en donde la verdad puede ser mentira, la mentira puede ser verdad y todo se deforma en una suerte de reflejo. No es sorprendente que, estando tan cerca de Colombia, Ecuador pueda sentirse tan parecido a ese pueblo ficticio creado por García Márquez. En nuestro Macondo, hemos tenido fantasías como el reflejo de una refinería, que debía transformar crudo en diésel, gasolina y asfalto; o la promesa de que, si nos endeudábamos lo suficiente, cambiaríamos nuestra matriz productiva para nunca más tener apagones y ser una potencia manufacturera. Sin embargo, la refinería es imposible de ser vista por el ojo humano y solo es un terreno que costó $ 1.200 millones; y la generación de energía, por la que seguimos pagando deuda externa cara, no funciona cuando se la necesita. Nos vendieron estas obras como el diamante más grande del mundo y finalmente era… hielo. Se hizo agua mientras que las deudas quedaron. Esto solo es posible explicarlo con realismo mágico.
Macondo es también una metáfora de la fatalidad histórica de un lugar conquistado y violentado. “La guerra, que hasta entonces no había sido más que una palabra para designar una circunstancia vaga y remota, se concertó en una realidad dramática”. La novela termina en tragedia. Macondo solía ser un pueblo tranquilo, pero vinieron plantaciones, masacres y gente inocente perdiendo su vida y sus negocios. Ahí se inicia su decadencia. Y en esto también se parece al Ecuador. A inicios del siglo, Ecuador era una isla de paz donde el narco y la violencia guerrillera no entraban. Una base americana en un lugar estratégico para la exportación de droga no permitió convertirlo en el hub logístico del narcotráfico. Sin embargo, con sospechosa simpatía hacia grupos violentos y narcotraficantes, Ecuador prohibió bases extranjeras y abrió sus puertas a ‘todos los ciudadanos del mundo’. Curiosamente, los que vinieron a nuestro Macondo no lo hicieron por su “vegetación llena de vida” o sus ríos “con aguas diáfanas”.
Es casi increíble evocar un Ecuador que salía de una crisis económica gravísima y que daba sus primeros pasos hacia el desarrollo. De haber aprovechado mejor el boom petrolero y de commodities en lugar de hipotecar su futuro, estaría enfrentando otros retos y no su potencial desaparición como país viable. “Era lo último que iba quedando de un pasado cuyo aniquilamiento no se consumaba…”
La historia que ocurre en Macondo se narra con una estructura cíclica temporal, en la que los acontecimientos se repiten. Las elecciones siempre son una oportunidad para decidir hacia dónde queremos que se dirija nuestra tierra mágica. Y si repetimos o no los errores que, en su momento, pudieron verse como fantasías que terminaron en una realidad tenebrosa de la que nos está costando salir. (O)