Uno de los fenómenos más notables de los últimos años es la proliferación, en todas las regiones del mundo, de gobiernos autoritarios, muchos producto de sistemas de sufragio intachables, pero cuyo contexto hace previsibles los resultados ante la inexistencia de competencia electoral. Los autoritarismos contemporáneos, y las autocracias, no son necesariamente el resultado de golpes de estado militares, sino de procesos políticos opacos que les brindan cierta legitimidad.

En esta realidad la “comunidad internacional” tiene menos injerencia que en el pasado. Una de las razones es la erosión de las capacidades de los Estados extranjeros para determinar los escenarios domésticos sobre países en los que antes ejercían influencia. La identificación de qué es o deja de ser democrático, qué es o no un gobierno legítimo, a ojos de una potencia ya no condiciona inexorablemente el resultado final.

Jaque mate al Hong Kong que fue

El caso de América Latina es ilustrativo. A lo largo de los últimos treinta años del siglo XX los EE. UU., si era de su conveniencia, podían condicionar la estabilidad de los regímenes mediante instrumentos económicos (comercio, moneda) o políticos (aislamiento de los gobiernos réprobos en el escenario internacional). En última instancia quedaba siempre la posibilidad del uso de la fuerza. La Nicaragua de Somoza fue sometida no solo por la acción de los rebeldes sandinistas, sino porque todos los espacios se le cerraron y Washington le negó cualquier ayuda militar. Era la época del presidente Carter. Salvador Allende en Chile sufrió una conspiración internacional dirigida por los EE. UU. que financió la oposición y respaldó, finalmente, al golpe militar que lo depuso. Tiempos de Nixon.

Los gobiernos estadounidenses contemporáneos no tienen la influencia económica del pasado. De hecho, esa economía dejó de ser desde hace algunos años el mayor socio comercial de América Latina y el Caribe; aunque sigue siendo muy importante, no es la única contraparte. No tienen tampoco la antigua capacidad de controlar las Fuerzas Armadas de los países de la región hasta el punto de usarlas como actores políticos. El TIAR es obsoleto y si bien los militares son actores políticos centrales, en ninguna de las crisis nacionales latinoamericanas de los últimos 15 años han decidido autónomamente sin alianzas locales o como instrumentos de poderes extranjeros.

Biden (#14) vs. Trump (el peor, #46)

Tampoco intento alguno por desconocer realidades establecidas, gobiernos en ejercicio, aún en condiciones de arbitrariedad y autoritarismo, ha sido exitoso en los últimos años. La comunidad internacional, o su imagen como instancia legitimadora del poder doméstico, no tiene por el momento un peso determinante, no solo que la capacidad de intervenir es cada vez más tenue, sino que en la medida en que no haya intereses nacionales directamente afectados, a buena parte de los gobiernos contemporáneos no les interesa involucrarse en procesos políticos internos en el extranjero. La posibilidad de sostener instituciones democráticas y de evitar futuros autocráticos depende de la responsabilidad de actores nacionales y no de eventuales simpatías foráneas. (O)