Apenas tiene catorce años y ya cuenta la historia de su relación con el mundo de la drogadicción, lo escucha el periodista de este diario que trabajó hace muy pocos días en una publicación que compartió con nosotros y que agradecemos.
Julio es consumidor desde hace dos años y lo estaban entrenando para que sea gatillero, es decir, matón a sueldo. Ahora se encuentra en un centro de desintoxicación del Ministerio de Salud Pública, al que llegó por orden judicial, después de involucrarse en un hecho violento que causó varios heridos en Durán, pues, supuestamente, había aceptado entrar a una banda para obtener H. Cuando el reportero le preguntó cómo se siente en el lugar, respondió que “por primera vez tiene una cama y un colchón para él solo, que los baños son limpios y que come tres veces al día”.
Añade que está muy ocupado porque está estudiando en clases virtuales, ya que lo matricularon porque él había abandonado la escuela.
A Julio todavía le faltan dos meses de internamiento para culminar el tratamiento.
La pregunta es ¿qué hará cuando vuelva a su ambiente?, ¿podrá seguir en la escuela virtual, comer tres veces al día, tener una cama para él solo y disponer de un baño limpio?, ¿podrá soñar con tenerlos algún día? Probablemente sí, podrá soñar, pero también es probable que el sueño se convierta en pesadilla.
En el mismo trabajo periodístico al que me he referido, se señala que los padres piden programas que les enseñen un oficio, que los preparen para incorporarse al mundo del trabajo, para que la rehabilitación se mantenga y evitar que “al salir comiencen a vagar y recaigan”.
También se muestra un caso que revela que es necesario que después de la rehabilitación haya oportunidades de reinserción. Se trata de Fabiola, quien hoy tiene 25 años, logró la rehabilitación hace cuatro años y consiguió la reinserción ayudando a los pacientes que llegan en busca de una oportunidad para salvarse.
(...) lo dice con convencimiento: “Yo sé por lo que están pasando, sé cómo se siente esto y trato de ser un sustento”.
Ella, que consumía H, lo dice con convencimiento: “Yo sé por lo que están pasando, sé cómo se siente esto y trato de ser un sustento”.
Fabiola cuenta que antes de la construcción del centro de desintoxicación en ese mismo lugar, entonces lleno de maleza, se escondía para consumir H. Ella agrega: “ahora trabajo aquí y ayudo al resto. La vida sí puede cambiar”.
Sí, Fabiola es un ejemplo, pero un caso no es suficiente para demostrar que hay oportunidad de reinserción para muchos más, ojalá para todos.
Es necesario responder al pedido de los padres y multiplicar los programas de capacitación que preparen a los jóvenes no solo para salvarse a sí mismos, sino también para incorporarse a la sociedad como un miembro útil de ella. En la ciudad hay algunas instituciones que tienen este objetivo, pero no bastan. Se necesita no solo preparar a quienes se han rehabilitado, sino crear espacios que permitan a los jóvenes desarrollar sus habilidades y aptitudes, seguir su vocación, con entusiasmo y empeño, ponerse metas y trabajar para conseguirlas. Seguir sus sueños, sin dar oportunidad a la pesadilla. Demostrar que la vida sí puede cambiar. (O)