Mi “nieto” querido es ecuatoriano y vive en España. Me dijo que pensaba venir en diciembre y me preguntó mi parecer. Y bajo riesgo de ser negativa le expuse como veía el país. Inundado de desánimo, pobreza, harto de corrupción, sumido en la inseguridad y el miedo. Conversamos y él me pasó un texto de Rosa Montero, en Cuentos verdaderos, “Se acabaron los paraísos” del 05/03/78. “Creo que debería hablarse del desconcierto”. “Era un país que se bamboleaba sobre el vacío y ninguno de nosotros sabía bien cuál era su lugar y qué iba a sucederle”… “un terrorismo feroz, las drogas duras extendiéndose como un incendio, el desempleo aumentado vertiginosamente…”. El desconcierto del que habla Rosa Montero es el nuestro. Y me comenta “la España de los 70 y los 80 pasaba por una fase similar a la de Ecuador en tiempos actuales”. Me sacudió y me alegró. En esos años viajé en trenes que partían de España rumbo a Francia cargado de migrantes para la zafra. Parecía que Europa terminaba en los Pirineos. España era el pariente pobre que todos ignoraban y ocultaban. Actualmente es el hogar de centenas de miles de ecuatorianos que envían recursos a sus familiares sometidos a penurias parecidas a las que escribe Montero.

Los cambios positivos son posibles. No estamos en una cueva sin salida, sino en un túnel que debe llevarnos a encontrar el camino y la luz.

Al mismo tiempo vi el documental sobre los Guerreros de Terracota, en China, de más de 2.000 años de antigüedad. Enorme ejército de más de 8.000 guerreros enterrados en una superficie de 98 km cuadrados, para proteger la vida en el más allá del emperador de la dinastía Quin que había unificado el país a sangre y fuego. Verdadera y asombrosa obra de arte, que fue vandalizada, descubierta por casualidad y continúa siendo restaurada por profesionales minuciosos y pacientes. No sé qué admirar más. Si lo realizado o lo restaurado. Ambos aspectos muestran las enormes capacidades de los humanos y sus diferentes culturas.

Y sigo preguntándome si somos capaces de tantas maravillas y descubrimientos, porque no somos capaces de trabajar juntos por la equidad, el respeto, la justicia, porque no solucionamos el problema del hambre, por qué nos matamos, consumimos drogas buscando una felicidad al alcance de la mano, cuando sería suficiente observar un niño, la naturaleza o un rostro transparente para saber que podemos encontrar juntos caminos mejores para producir cambios beneficiosos.

Y para ir uniendo las preguntas con sus respuestas me llega un texto atribuido a Eistein escribiendo a su hija, que quizás es el comienzo del túnel que tenemos que recorrer como personas y como país.

“Hay una fuerza que no la ha descubierto la ciencia y que no tiene explicación formal. Es la fuerza que incluye y gobierna todas las demás. Esa fuerza es el amor. Es la más invisible y la más poderosa. El amor es luz. Ilumina a quien lo da y a quien lo recibe, es gravedad (yo diría es un imán) hace que una persona se sienta atraída por otra, es potencia porque multiplica lo mejor que tenemos”.

En este mundo de realidades cuánticas, inteligencia artificial, potenciar la realidad del amor como energía, y convertirlo en el motor de las acciones podría llevarnos a encontrar la salida del túnel. (O)