Escribo el domingo que juegan Barcelona y Aucas. Hay silencio en los alrededores, vivo cerca del estadio. Comenzamos el feriado sumidos en el pánico y miedo. En mi barrio pocos salieron, muchos negocios cerrados y las huecas que viven de la comida que venden por las noches, cerradas. Los cuidadores de carros, sin trabajo. Un manto de zozobra invade los espacios, como la ceniza del Sangay que oscureció el cielo y cubrió las plantas.

Sin embargo, un rumor de alegría contenida se esparcía, casi sin notarlo. No hemos tenido masacres, queremos algo fundamental, que no haya muertes violentas, aspiramos a sobrevivir.

Parte de ese aire renovador que nos da respiro vino con un pronunciamiento de la Conferencia Episcopal: la paz triunfará. Acostumbrados como estamos a títulos que nos derrumban, algo en nosotros se pone de pie. Era un pronunciamiento esperado por creyentes y por aquellos que no tienen una afiliación religiosa específica. Necesitamos textos así. Los políticos han sido incapaces de hacerlo, de encontrase, de unirnos.

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En su mensaje nos dicen a todos que no debemos bajar los brazos, ni ceder a la tentación de ser parte de la violencia, nos piden no hacerle el juego al miedo y citan al papa Francisco: “Las mafias vencen cuando el miedo se apodera de la vida, razón por la cual se apoderan de la mente y el corazón despojando a las personas de su dignidad y libertad desde dentro”. Tanto es verdad que el miedo paraliza. Y que hay que atender a la sociedad y curarnos desde dentro, desde nosotros mismos, donde incubamos las injusticias, los ataques, los robos, las omisiones, las violencias que convierten la sociedad en un infierno.

Las mafias vencen cuando el miedo se apodera de la vida, razón por la cual se apoderan de la mente...

Y exhortan a los actores políticos y sociales a actuar, para que las mafias no alimenten sus ejércitos de pobres. Encandilados por el dinero y poder que parecen otorgar, muchos se suman en búsqueda del protagonismo y el lugar que la sociedad les niega. Y se convierten en soldados de un ejército nefasto, cuyo destino en muchos casos es la cárcel o el cementerio. “Hay que reconstruir un pacto social que combata al enemigo común que es el crimen organizado, el tráfico de drogas, la delincuencia, la inseguridad, que buscan destruir el tesoro más valioso que tenemos, los niños y jóvenes en una sociedad en que la pobreza y la desigualdad parecen no tener fin”. Por eso hay que actuar defendiendo la democracia y en el marco de la ley, señalan.

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Con fuerza insisten en desarrollar una economía inclusiva, el progreso civil, social y ambiental, no surge de la corrupción y del privilegio, sino de la honestidad, la justicia y la solidaridad. ¿Será de ponerlo con letras grandes enmarcado en todos los espacios públicos? ¿Será de hacerlo música y canción que cantemos con la misma unción y respeto con que se canta un himno?

Piden a los hombres y mujeres criminales, que dejen de hacer el mal: “el poder, el dinero que ustedes ahora tienen de tantos negocios sucios, de tantos crímenes mafiosos, es dinero ensangrentado, es poder ensangrentado… piensen en sus padres, lloren un poco y conviértanse”.

Y terminan abrazando a todos los que han perdido una persona querida, víctima de la violencia asesina, en las calles, en las cárceles; civiles, policías, militares. A todos abarca su solidaridad y su cercanía. (O)